Hay una profunda relación entre el machismo y las religiones, al menos en la porción occidental del planeta. Las interpretaciones religiosas patriarcales vienen de muchos siglos atrás y han sido validadas de generación en generación.
En el libro del Génesis, inserto en la Biblia cristiana y la Torá judía, se cuenta cómo la mujer fue desprendida de la costilla del hombre. Por fortuna, ahora reconocemos que esa narración corresponde a contextos y épocas determinados, dentro de culturas que podemos denominar -siguiendo a Riane Eisler-, de la espada. En las cartas de Pablo a los Corintios y Timoteo aparecen más referencias a la subyugación de la mujer al hombre, en concordancia con las doctrinas del Antiguo Testamento. El patriarcado ha permanecido a través de los tiempos y continúa generando acciones de discriminación hacia la mujer. La cultura patriarcal de la espada ha extraído hijos de las mujeres, a quienes solamente concibe como reproductoras de fuerza de trabajo, de igual manera que sigue extrayendo todo lo que puede de la Tierra.
Las violencias contra la mujer continúan dándose de múltiples formas, unas menos evidentes que otras. Aunque nos las presenten como grandes avances tecnológicos, las camas de parto están diseñadas más para la comodidad de los obstetras que para la de la mujer que da a luz, pues la forma natural de parir es en cuclillas. La lista continúa y se manifiesta en la cultura a través de dichos como que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”, hasta uno que escuché hace unos años y que no reproduzco aquí por pura vergüenza. Aquí no hay mucho trecho entre el dicho y el hecho. No es asunto de nivel socioeconómico, capacidad adquisitiva ni de escolaridad. La cultura de la espada todo lo permea.
Necesitamos honrar al cáliz, nutricio, amoroso, contenedor, cálido. No hay honra cuando se pagan salarios inferiores a la mujer por las mismas responsabilidades que a un hombre; al acosarla laboralmente o exigirle que sea ama de casa, gratis, a la vez que trabaja fuera del hogar; tampoco, cuando creemos que el hombre es maravilloso porque “colabora” con la crianza de los hijos y lava los platos. Para muchas mujeres esta situación ha cambiado, pero con el alto costo de su masculinización: han tenido que volverse competitivas, agresivas, porque de lo contrario no hubiesen sobrevivido.
Por ello es importante que mujeres y hombres reflexionemos sobre qué tipo de entornos queremos crear, si los hirientes de la espada o lo contenedores y amorosos del cáliz. Te dejo con estas preguntas: ¿qué tan interiorizado tienes el patriarcado? ¿Reproduces, consciente o inconscientemente, actitudes machistas? ¿Cómo estás honrando al cáliz? ¡Un mundo diferente sí es posible!
@eduardvarmont