El próximo martes 19 de septiembre tendrá lugar la ceremonia de entrega del Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia, en un momento crucial de nuestra historia: el fin del conflicto armado con la antigua guerrilla de las Farc y las negociaciones en curso con el Eln en Quito, tendientes a terminar también esa otra arista de la guerra. En lo corrido del año han sido asesinados alrededor de sesenta defensores y defensoras de derechos humanos y están amenazados más de quinientos. En la transición hacia el posconflicto se han incrementado los riesgos para la tarea de defender los derechos humanos. Necesitamos aprender a construir paz en nuestros espacios vitales, siendo nuestro cuerpo el primer territorio llamado a vivir en paz. Somos sagrados: la vida es sagrada en todas sus manifestaciones, aunque muchos aún no puedan reconocerlo.
Son varios los ámbitos en los cuales es necesaria la tarea de defender los derechos humanos, cada uno fundamental para la convivencia pacífica a la que como humanos estamos llamados: la defensa del trabajo de los campesinos, indígenas y afrodescendientes, los olvidados de reformas agrarias postergadas y saboteadas; la defensa de las víctimas del conflicto armado, quienes están en espera de la restitución de sus derechos y la garantía de no repetición; la protección y el reconocimiento de las personas LGBTI, víctimas de prejuicios culturales y religiosos, a pesar de que Colombia es un país laico que les ha venido otorgando plenitud de derechos; la defensa ante a las violencias urbanas generadas por bandas de microtráfico y paramilitares, llamadas ahora con el eufemismo de bandas criminales emergentes; los derechos de la mujer y de equidad de género, sobre lo cual se sigue manipulando con base en la ignorancia generalizada y las miradas religiosas; el amparo a los derechos civiles y políticos, más aún cuando están próximas las elecciones legislativas y presidencial.
Me detengo particularmente en una acción que nos cobija a todos por igual aunque lo pasemos de largo y creamos que nada tiene que ver con nosotros ni nuestra cotidianidad: la defensa del territorio, las cuencas, los bosques, las serranías y los páramos, sin los cuales sencillamente no es posible la vida, pero que los intereses mezquinos de unos pocos tratan de destruir en el afán de lucrarse de aquello que como humanidad hemos recibido gratuitamente para conservar el balance de los ecosistemas y hacer posible la existencia. Necesitamos seguir aprendiendo a cuidar nuestra casa común, así como aprender a respaldar a quienes desde la cotidianidad de sus territorios velan por el agua, las especies vegetales y animales, los minerales y la vida de todos.
Sea este un reconocimiento a esa labor de protección y un llamado no solo a las autoridades para que garanticen la vida y honra de los defensores y defensoras de los derechos humanos, sino a toda la sociedad para que respaldemos asertivamente esa tarea contenedora y nutricia. A los ganadores, felicitaciones, y a todos -nominados o no- muchas gracias.