Así como en los templos se coloca la imagen de los santos; y la de las madres y las novias en la celda discreta de los poetas; así, en los lugares destacados de las ciudades, debe exaltarse lo mejor que se pueda, la silueta ilustre de los héroes, fundadores de la nacionales y forjadores del orgullo de los pueblos.
Honrar a los muertos es tradición de añeja ascendencia, que la Academia Colombiana de Historia ha cumplido con ejemplar celo y fervor. Nuestros antepasados aprendieron en la Iliada que Aquiles hizo encerrar en una urna de oro, los huesos de Patrocio, y los griegos lo erigieron un túmulo, y que lo propio hicieron los troyanos, con los despojos de Héctor.
Al héroe lo justifica su propio ser, lo que ha hecho y lleva escrito en su escudo; el burgués, en cambio, le gusta mostrar lo que conserva. El uno existe, pese; el otro, por las cosas que posea. ¿Y no es la gran tragedia del mundo moderno, haber erigido como predominante valor humano, este de adquirir cosas y juzgar el hombre por lo que tiene y no por lo que es? Más que los altos ideales, importan en el hombre de nuestros días. Los objetos de que se rodea. Se destaca entre los otros hombres porque su casa es más grande y lujosa, su automóvil más fino e impactante y los papeles que guarde en el banco más cargados de cifras. Somos esclavos de las cosas y las cosas terminarán por aplastarnos. Montalvo decía: “Señor. Señor, dadme, pero no me déis demasiado, no sea que la abundancia me corrompa y me haga renegar de Vos”.
Exaltemos nuestros héroes. La vocación por la grandeza y la inmortalidad incita a la emulación. Que oportuno, mostrar en este preciso momento, la vida de ciudadanos eximios.
La mejor enseñanza del pasado, consiste en comprobar cómo se desempañaron ciertas personas realmente privilegiadas. Estos estudios pueden ejercer noble influjo al suscitar en el lector y en el estudioso multitud de espontáneas emociones.
No es posible leer, sin dejar de sentir una fruición casi religiosa, los grandes pasajes de la existencia de algunos hombres virtuosos.
La juventud se debilita porque olvida el ejemplo de los varones destacados de la República. Se prefiere a Mao, Lenin, Marcuse, a nuestros grandes próceres. Los tenemos inmensos: Nariño, Torres, Caldas y tantos otros. Más que el expansionismo geográfico de la izquierda, hay que temerle a la penetración ideológica en las universidades, colegios y ciudades. El hombre actúa como piensa.
Ramiro de Mestru, un día expresó: “Yo digo a los jóvenes de veinte años; venid con nosotros, porque aquí a nuestro lado está el campo de honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el calvario y en lo más alto del calvario, está la Cruz”.
Vivimos tiempos difíciles y esta es la estación de las virtudes. Son las dificultades las que exigen esfuerzo. No hay que decir que tenemos dificultades, es decir que estamos llenos de retos y desafíos. Los problemas son motivaciones para que los luchadores auténticos se superen y triunfen. No puede haber vida baldía en tierra tan sedienta de obras humanas. Hay oportunidades para todos. Para el labriego, para el escritor, para el sacerdote, para el profesional. Para el joven y para el adulto. Todos tenemos que aportar. La patria es la sumatoria de todos sus hijos.