Una reciente encuesta entre jóvenes latinoamericanos muestra una altísima insatisfacción con el sistema democrático. Es una tendencia creciente y preocupante. Hace 15 años el Pnud presentó el documento La Democracia en América Latina, que señalaba el mismo fenómeno. Desde entonces se ha considerado el debate “democracia y desarrollo humano como el más urgente de la actualidad.” En uno de los ensayos, Economía y Democracia, de J.A. Ocampo sostiene que “…el sistema económico debe estar subordinado a objetivos sociales amplios…”. Es una frase síntesis-solución al gran interrogante de las sociedades libres.
Cuando la democracia quedó sola en la arena, luego del fracaso del socialismo, se abrieron las esperanzas de los desposeídos del mundo. Es cierto, por una parte, que grandes masas humanas salieron de la extrema pobreza y los bienes públicos se extendieron a estratos sociales que nunca antes habían tenido oportunidad alguna. Sin embargo, por la otra, el brillo de las ganancias se convirtió en el objetivo principal del mundo financiero. La historia es conocida: empezó el reinado del Estado pequeño, cuya intervención no era tolerada. Entonces, la mano invisible del mercado se quedó sin fuerza y estallaron las crisis. Una y enseguida otra, sin resolver la primera. Los bancos recibieron el salvavidas que les tiraron los gobiernos de todos los matices y salieron a flote. En cambio, la clase media y los pobres, con el agua hasta el cuello, no encontraron quien los rescatara. Surgieron las masas indignadas y el rencor social, que se expresan en las encuestas inicialmente mencionadas, y que han decidido elecciones cruciales como el Brexit y la presidencia de Trump.
Es lamentable que el debate capitalismo y democracia nunca haya pasado de los recintos académicos cuando, por el contario, es el tema que debiera ser abordado por los dirigentes de las naciones. ¿Cuánta pobreza y desigualdad resiste la democracia? ¿Puede permanecer incólume el régimen capitalista debilitado, además, por la corrupción política? Ya es grave la pobreza, pero la comparación con el lujo desbordado de la sociedad de la abundancia y con las inmensas ganancias del mundo financiero, empeoran la situación. Nada más explosivo que la carestía que contempla la opulencia. Es allí, en lo que Germani llamaba la “simultaneidad de lo no contemporáneo”, en donde está el origen de los populismos que aniquilan la libertad y condenan al hambre y al atraso a los pueblos que han gobernado. Los ejemplos de la Venezuela de Maduro y de la Nicaragua de Ortega, sin olvidar a la Cuba de los Castro, saltan a la vista y debieran servir para que en América Latina el sistema democrático se auto-reforme y le dé prioridad al desarrollo humano.
Si los jóvenes de nuestro continente piden la solución de sus problemas de exclusión, educación, salud y empleo, sin importarles el tipo de gobierno que lo haga, es porque el sistema democrático no ha respondido a sus esperanzas. Tampoco, los ha educado para qué entiendan que la ausencia de la democracia les prohibiría hasta expresar sus preferencias. Estamos ante una alarma de marca mayor, que exige que la economía se subordine a la democracia.
Entendámonos, el enemigo de la armonía social no es el pobre que reclama sus derechos ni el empresario esforzado que crea empleo y bienestar. El enemigo es el populista irresponsable. El enemigo es el especulador insensible e insaciable.