“Cada persona tiene una configuración propia”
El paradigma de la modernidad, que ya cumplió quinientos años, si bien nos ha permitido avanzar como humanidad, como manera de comprender del mundo contemporáneo se está agotando.
En eso consiste justamente la evolución: en integrar y trascender las cosmovisiones que poco a poco van perdiendo sentido, para ceder a nuevas interpretaciones del yo, del nosotros, del otro y de lo Otro, con mayúscula, eso que nos envuelve como naturaleza, planeta y universo. Algo que hemos heredado de la modernidad es la estandarización, que nos ha permitido desarrollar procesos y replicarlos, a fin de hacernos la vida más fácil, como cuando recurrimos a una receta de cocina, elaboramos un balance contable o producimos a gran escala, desde cajas de cartón hasta naves espaciales. El error ha sido aplicar la estandarización al ser humano.
La educación de la modernidad, surgida en Francia, tuvo como objetivo uniformizar el pensamiento de bretones, provenzales y otras comunidades con lengua propia, bajo el francés hablado en París. Ese es el origen del currículo como estrategia de estandarización, que prevalece en nuestros días y que ha devenido en la perspectiva de las competencias. En realidad, ni los currículos ni las competencias tienen en consideración a los individuos como sujetos de derechos, pues se les niega de entrada el derecho a la diferencia, el derecho a ser. De hecho, los colegios utilizan los uniformes como una herramienta de homogenización a partir del vestido. Muchas perspectivas psicológicas también han desarrollado estándares para clasificar a los seres humanos, en los enfoques psicoanalíticos, conductistas, sistémicos e incluso desde los transpersonales. Se han creado tipologías del carácter humano, que si bien reconocen ciertas diferencias entre grupos humanos caen en la misma estandarización, solo que a escalas más pequeñas. Entonces, se han establecido categorías de personas iracundas, vanidosas, miedosas y lujuriosas, por mencionar solo algunas. Sí, todas estas categorías fueron necesarias, pero como humanidad estamos avanzando hacia el reconocimiento pleno de los seres humanos, libres de rótulo.
Aunque suene a frase de cajón, cada persona es única, con unas especificidades que hacen que sea un individuo particular, con necesidades vitales y apuestas existenciales específicas. El paradigma de la modernidad consolidó lo objetivo como el centro de su análisis: lo que puede medirse, cuantificarse, clasificarse, lo que funciona para comprar un kilo de carne, un litro de leche o medir la velocidad de un automóvil. Ya no aplica la misma dinámica para los seres humanos. Desde el paradigma de la complejidad, que privilegia la subjetividad, se comprende que todo está en relación. Somos seres relacionales, en principio cada quien consigo mismo. Cada sujeto establece unas relaciones propias desde sus características inherentes: cómo se presenta ante el mundo, cómo es su estructura de pensamiento, sus dinámicas emocionales, su forma de comunicarse y su sentido de trascendencia, entre otras. Cada persona tiene una configuración propia. Necesitamos reconocer plenamente que cada quien tiene un código personal, su forma específica, particular, de ser y de relacionarse consigo mismo y con el mundo. Estamos en ese camino…