Al campesino se le endiosa en la teoría. Pero en la práctica y en la triste realidad, su destino sigue siendo el de siempre: “Nacer, crecer, envejecer, empobrecer y perecer”. Compra caro y vende a precios de pérdida. Producir una carga de café cuesta $600.000 pesos y le pagan en el mercado $300.000. Lo mismo sucede con el cacaotero, el arrocero, el cebollero, el papero y cuanto produce la tierra.
Esto tiene multitud de explicaciones. Alto costo de los insumos, altos precios de la energía, los problemas fitosanitarios; peajes prohibitivos, vías intransitables, gasolina impagable, impuestos prediales, de renta y patrimonio altísimos, créditos usureros. De cada mil pesos del presupuesto el 90% se queda en el sector urbano. De las 100.000 casas que el gobierno está regalando, ni una sola será construida en el campo. Las casas comerciales para promover ventas, ofrecen automóviles, motocicletas y otras mercancías gratis a sus clientes. Jamás el gobierno o el sector privado entrega gratuitamente herramientas de trabajo a los labriegos. No existen finanzas favorables para los provincianos, motivo por el cual despojan de sus bienes y los rematan los acreedores implacables. En materia de infraestructura estamos aún en la edad media. Cuesta más colocar un bulto de plátanos en Corabastos, que producirlo.
¿Y qué decir de la tecnología? En Vietnam, en este momento, en una hectárea de tierra se produce el doble del café y de mejor calidad que el cultivado en Colombia. Es muy deprimente el aforismo según el cual es mejor ser una “vaca suiza que un campesino colombiano”. A la vaca suiza se le tiene en establo cómodo, con agua fresca y comida seleccionada y si el animal enferma sobran medicinas y veterinarios para salvar al cuadrúpedo. En cambio, en el sector rural colombiano, en un 60% faltan médicos y medicamentos, los hospitales brillan por su ausencia y las viviendas tienen piso de tierra y en una pieza miserable viven en promiscuidad humillantes los labriegos con las cabras, los cerdos y las gallinas.
Entre los años de 1991 y 1994 Colombia inició la apertura económica. Colocar en pie de igualdad a Colombia frente a Inglaterra, Francia, Italia, Japón o EE.UU., fue igual a enviar un equipo de fútbol de un colegio a competir con Brasil y Argentina, en un campeonato mundial. Tanta imprevisión significó pobreza, ruina y aplastamiento de miles y miles de labriegos. A los vencidos nadie los indemnizó, ni los apoyó, ni los ayudó en su desesperada situación social. Europeos, japoneses y americanos inundan los campos de maquinarias supermodernas, favorecen financieramente a los labriegos y los capacitan con toda la tecnología moderna.
Por darle la espalda al sector rural, de un 70% de la población colombiana ubicada en el campo, en 30 años se redujo al 24%. A los males anotados hay que agregar la violencia espantosa de los grupos subversivos: secuestros, masacres, extorsiones, reclutamiento coactivo de menores de edad, despojo de tierras y boleteos amenazantes.