El pasado jueves 1 de febrero se llevó a cabo en Bogotá sin mayor impacto positivo, solo congestión y problemas de movilidad, una más de tantas otras jornadas del día sin carro y sin moto, que más bien debería llamarse el "día del taxista" por ser una determinación que lleva a tener que utilizar sus servicios; o "día de recreo y vacaciones" desde las 5:00 de la mañana hasta las 7:30 de la noche.
Tema que suena "a refrito", pero que no dejaremos de pronunciarnos en su contra cada vez que suceda.
Un día de "locha", como si los lunes festivos existentes en el año no fueran suficientes para dejar de trabajar.
Y lo malo de este cuento es que ya se ha vuelto costumbre en casi todas las ciudades capitales del país, de la misma forma que cunde la "exagerada admiración por todo lo que esté de moda en otras culturas del mundo...." donde sus problemas viales y de transporte masivo están resueltos.
Aquí, quien tenga una reunión ese día si puede la aplaza, lo mismo quien iba a salir de compras, pero quienes no pueden, sufren con indignación las incomodidades de un transporte público altamente ineficiente.
El subordinado, ese que marca tarjeta, al no poderse ir en moto lo hace en un transmilenio atiborrado de gente, al igual que los mandos medios lo hacen en taxi, o en los buses azules del SITP con todos sus reparos.
Como hay empresas que flexibilizan los horarios de entrada y salida, terminan también por afectar sus índices de eficiencia.
Así mismo, eso de inventarse entretenimientos para el peatón con el fin de darle realce a la jornada específicamente ese día, más bien podrían hacerse a diario sin necesidad de paralizar la ciudad, dado que la cultura cuidadana debe ser permanente.
Otra justificación que utilizan quienes idearon esta alcahuetería, es que algunos, más bien pocos, usan sus bicicletas pudiéndolo hacer en la ciclovía los domingos también sin la necesidad de paralizar la ciudad.
Además, porque todos no tenemos cicla ni la edad para andar en ella.
Cuánto le vale entonces al sector privado el embeleco del Gobierno de sacar de circulación cerca de 1,5 millones de automotores particulares, argumentando beneficios como la posible reducción de la accidentalidad, siendo más bien función de la Alcaldía garantizar la movilidad sin tener que trastornar las actividades comerciales y los asuntos inherentes a la dinámica propia de la vida urbana.
Mientras tanto, las concesionarias siguen creciendo en sus ventas y de la ampliación de la infraestructura vial no se dice nada, siendo responsabilidad de la administración pública garantizar el flujo vehicular normal.
Para no hablar de la falta de control de los motociclistas, convertidos cada vez más en una pesadilla, para lo cual en lugar de un día sin moto deberían obligarlos a respetar las señales de tránsito y restringir la venta de esos aparatos solamente a quienes llenen los requisitos y cumplan las disposiciones de tránsito.
En conclusión, de un día sin carro y sin moto, los únicos que resultan favorecidos son los taxistas.
Y como si fuera poco, continúan transitando a diario vehículos mal tenidos, volquetas y buses de chimenea que debieron salir de circulación hace años por el alto grado de contaminación que provocan y el peligro que representan por a su vetustez y deterioro.