DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Diciembre de 2012

En busca del círculo cuadrado

 

Todos  los años se repite lo mismo cuando llega el momento de fijar el salario mínimo. Empleadores y trabajadores lanzan globos de ensayo en vísperas de las reuniones de concertación y, como es usual en las negociaciones de esta clase, arrancan de posturas extremas, con la perspectiva de irse aproximando a medida que los participantes se cansan, el tiempo se agota, el Gobierno se asoma y la gente empieza a preguntar cuál será la cifra para los próximos doce meses.

Para 2013 una central de trabajadores propuso aumentar el 10%, otra el 8% y otra el 7.85%, bien distantes del 3.5% que plantean los empresarios.

Las deliberaciones son predecibles. Después de tanto repetir los mismos pasos en la misma escenografía, actores y espectadores los conocen de memoria. Cada uno sabe cuándo entrar en escena, qué frases recitar y cuando aplaudir, silbar, lanzar gruñidos de rechazo o poner sonrisas de aprobación.

Nada de esto quiere decir que las discusiones no sean serias y las exposiciones ilustrativas y bien documentadas, ni mucho menos que los representantes gremiales y sindicales tomen su papel a la ligera. Ellos son conscientes de la importancia del tema y de su impacto sobre los trabajadores y quienes los emplean. Solo que actores, escenario y guión son previsibles.

Los trabajadores dicen lo que tienen que decir y lo exponen bien. Igual los empresarios. Y como esa buena presentación de parte y parte se da por descontada, la opinión pública mira únicamente las cifras. Y la mayoría de veces solo la cifra final.

Hasta la teoría general está aceptada: los reajustes deben compensar la inflación y remunerar la productividad para defender el salario real y, si es posible, mejorarlo.  

Como el acuerdo es muy difícil cuando se llega a cantidades concretas, y los comienzos del año entrante no pueden aplazarse, muchas veces las partes prefieren mantener  sus discrepancias y dejar que el Gobierno cargue con la responsabilidad de señalar el nuevo salario mínimo. De esta manera, los sindicatos pueden decir que el recorte de aspiraciones no es por cuenta de ellos, y los gremios  afirmar que tampoco es por su cuenta el aumento por encima de sus propuestas iniciales.

Entre villancicos y pitos de año nuevo sale el decreto con el monto reajustado, se cierra el episodio y millones de trabajadores comienzan a recibir el nuevo mínimo.

¿Vale la pena repetir cada doce meses el ejercicio? Probablemente sí. Se abre una posibilidad de concertación, hay un espacio de encuentro entre empleadores y asalariados, que descarga los malos humores que puedan existir en el ambiente, y el Gobierno tiene una visión más completa para tomar la decisión final.

El problema no está ahí. Es mucho más de fondo. Consiste en lograr que el mínimo se efectivo, que no se burle pagando remuneraciones inferiores, que  muchos informales puedan entrar a recibirlo en el mercado formal de trabajo y que el desempleo se reduzca sustancialmente.

Pero lograr todos estos objetivos en las mesas transitorias que discuten sobre el salario mínimo, parece ser tan imposible como dibujar un círculo cuadrado.