DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 4 de Noviembre de 2011

Papandreu no es Pericles

 

Ahora resultaremos con dificultades por cuenta de Grecia. Su difícil situación amenaza a la Unión Europea con un problema económico generalizado, que puede convertirse en terremoto mundial con consecuencias políticas, como efecto del nerviosismo de los mercados financieros. Y, como es de esperar en un mundo globalizado, no escaparemos de sus efectos, pues nada hay más contagioso que un ataque de nervios.

Para evitar los efectos de la crisis griega, las economías más fuertes de Europa decidieron pagar una operación de rescate. Les resulta más barato prevenir el desastre que asumir sus consecuencias y, con sensatez, prefirieron controlar el incendio en la casa del vecino antes de que los vientos de la globalización traigan las llamas a la propia.

Lo que se veía como un riesgo de la zona del euro se hizo realidad, pero también demostró que la comunidad europea tiene con qué enfrentar coyunturas de esta naturaleza. Con los anuncios de rescate se calmaron los mercados y desaparecieron los síntomas de inquietud en las bolsas de valores.

Los sacrificios de economías como Alemania y Francia deben ir acompañados de planes de austeridad y disciplina fiscal de Grecia, pues es obvio que Atenas no puede continuar con el desbarajuste que lleva el país directo a la bancarrota. Y no hay plan de austeridad que permita seguir como si nada ocurriera, con unos gastos exagerados y confiando en que alguien acudirá a pagar para evitar el contagio.

Cuando todo parecía enderezarse, Giorgos Papandreu, el primer ministro griego, anunció que el 4 de diciembre someterá a un referendo la decisión sobre el rescate. Como éste incluye unas medidas drásticas de austeridad fiscal, fuertes impuestos y rebajas de salarios, los resultados son previsiblemente negativos. Y sin las reformas, los países europeos no están dispuestos a servirle de salvavidas a una economía que, siendo la primera interesada, no quiere cumplir su cuota de sacrificio. ¿O tiene lógica pedirles a los tenedores de bonos griegos que pierdan la mitad del valor, sin que haya voluntad de corregir los errores que precipitaron este lío?

Para empeorar las cosas, Papandreu dice que llegó la oportunidad de decidir no sólo sobre el plan de salvamento sino sobre la permanencia de su país en la eurozona. ¿Consecuencia? Los desembolsos de los salvavidas europeos se congelan en espera de los resultados del referendo, el Fondo Monetario Internacional sólo prestará después de conocer los resultados de la votación, los que poseen bonos griegos ya no temen perder el cincuenta sino el ciento por ciento de su valor y no sólo Grecia piensa en salir de la Unión Europea, o al menos descartar el euro como unidad monetaria, sino que los demás miembros comienzan a pensar en sacarla. Y otra vez las bolsas quedan, como las mujeres de Almodóvar, al borde de un ataque de nervios: 5% cayó en un día la de Alemania y 5.38% la francesa.

Y cuando el daño está hecho, el Primer Ministro da marcha atrás, informa que no habrá referendo, afirma que debe apoyarse el plan de salvamento y convoca un gobierno de unidad nacional, como debió hacerlo desde el principio de la crisis. Espera que le crean y habrá que creerle…

Por ahora, Papandreu enfrenta un voto de confianza en el Parlamento griego. Pero cualquiera que sea el resultado de éste, de la reunión de los miembros del G-20 en Cannes y del referendo, si vuelve a proponerlo, es ostensible que no estamos propiamente ante la grandeza de un siglo glorioso como el de Pericles.