DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Octubre de 2013

Dios confía el ser humano a la mujer

 

Bajo este sugestivo título se dan cita en Roma 100 mujeres provenientes de 24 países del mundo, con motivo del 25 aniversario de la Carta Apostólica Mulieres Dignitatem del beato Juan Pablo II. Hablar de mujeres y de dignidad, de diferenciación de la sexualidad y de la teología del cuerpo, en medio del descreimiento globalizado de la cultura posmoderna, es una verdadera revolución en un tiempo en que hombres  y mujeres ya no saben quienes son.

Vale la pena reflexionar sobre las afirmaciones que hizo monseñor Livio Melina, rector del Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia: "La mujer recuerda su origen como custodia de la memoria original por la que somos criaturas, antes de la diferenciación sexual.  Ellas tienen una actitud receptiva ante Dios. Juan Pablo II quiso recordar lo precioso de la misión femenina: custodiar la memoria original de ser receptivas del don de dar la vida”.

Sobre el analfabetismo afectivo de nuestros días, que se expresa en la  incapacidad de leer nuestras propias emociones e interpretarlas, citó la investigación adelantada en un grupo de jóvenes en una pequeña comunidad, que manejaban un lenguaje muy pobre y vulgar para referirse a su propia sexualidad. El lenguaje  generalmente precedía a la agresión.

Y sobre el clima de pansexualismo, de liberalidad y homosexualidad, atribuyó  el origen de este último al miedo a la diferencia, como una manera de reasegurarse a sí mismos. "Hombre y mujer tienen un carácter estructural diferente. La diferencia entre lo masculino y femenino reviste un significado fundamental para nuestra relación con Dios. La diferencia sexual es la marca de nuestro ser creatura. Seres de relación,  seres de familia, complementarios".

A la pregunta sobre cuál es el genio de lo masculino, respondió: “siempre es el otro el que me desvela, el que me revela quien soy yo. El otro, para que nos diga quienes somos nosotros. Sin embargo, el hombre y la mujer siempre serán un misterio el uno para el otro".

Reflexiones de Juan Pablo II que, 25 años después, siguen suscitando un debate actual: “La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer, sobre todo en razón de su femineidad, y ello decide principalmente su vocación”.

Es un tema de la mayor actualidad, profundo, que obliga a meditar sobre la naturaleza del ser humano, su relación con Dios y, en el caso de la mujer en su condición de dadora de vida.

Esta reflexión sobre nuestro origen y destino llega en un momento oportuno para iluminar el camino de una humanidad que, en medio de la vorágine tecnológica, encuentra tiempo para todo, menos para pensar cómo es, de dónde viene y para dónde va. Este encuentro mundial, impecablemente organizado por Ana Cristina Villa, una distinguida colombiana, responsable de la Sección  Mujer del Pontificio Consejo para los Laicos, es un escenario refrescante para recordar que el ser humano es materia pero también y principalmente espíritu, y que no vive solo de pan sino, como en este caso, de sabias orientaciones como las contenidas en las palabras de Juan Pablo II.

En verdad, Dios confía el ser humano a la mujer.  Lo puso en buenas manos.