DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Agosto de 2014

OPORTUNA

Una oración por Colombia

Nunca  ha sido tan oportuna la oración en Colombia y por Colombia como hoy, cuando se inicia en Bogotá el III Congreso de la Misericordia, en uno de los momentos más delicados de los diálogos de paz que se adelantan en La Habana.

La retórica política y mediática en torno de la reconciliación invisibiliza la verdad en esta Torre de Babel. El lenguaje sobre el proceso fue diseñado para confundir a una opinión pública dividida, en donde cada cual escucha solamente lo que quiere oír. En la toma de posesión presidencial, para no ir más lejos, los escépticos resaltan la advertencia a las Farc para que no sigan atentando contra la población civil, y los optimistas destacan alborozados los anuncios sobe la proximidad de un cese bilateral.

El  lenguaje disociado de la verdad pretende alentar las aspiraciones de encontrar pronto un  paréntesis de  tranquilidad, que detenga el desangre, aunque sea por corto tiempo. Así la esperanza se va resignando a unos logros mínimos con tal de salir de esta larga violencia, que tiene hastiados a los colombianos. Tanto como para abrir la puerta a concesiones que siempre juzgaron inaceptables.

Cuando los hechos nos golpean tan dolorosamente  siempre queda un recurso: la oración. Pedir la ayuda de Dios, en nombre de un pueblo martirizado por interminables años de enfrentamientos. Y en este instante  se inaugura en Bogotá el Congreso de la Misericordia, que nos brinda la oportunidad de acercarnos a una de las devociones más sentidas y profundas, que parece diseñada expresamente para el caso colombiano.

El ideal no es acudir a la oración en medio de las crisis y  disculparnos con Dios porque estábamos muy ocupados tratando de solucionarlas por cuenta propia. Pero la Misericordia Divina es infinita y no busca motivos de reproche para alejarnos, sino oportunidad para manifestarse en condiciones abrumadoramente generosas.

El Congreso honra a Bogotá escogiéndola como sede y algunos dirán que es una coincidencia. Pero no hay coincidencias sino ocasiones para buscar ayuda de lo alto, cuando fallan los intentos puramente terrenales. Y esta es la coyuntura precisa para invocar el apoyo definitivo para alcanzar esa paz que nos  viene esquivando desde hace demasiadas décadas, para cambiar la paz de los sepulcros que, albergan tantas víctimas, por una sincera paz de los espíritus que nos permita iniciar en firme un camino de reconciliación, que debe comenzar por admitir la verdad, con la esperanza de que enseguida vengan la justicia y la reparación. Porque mientras la verdad no llegue,                        cualquier proceso no será más que palabras, que no corresponden a los comportamientos de quienes creen que las conversaciones de paz no son sino oportunidades para sacar ventajas, en una lucha que terminará indefectiblemente en su triunfo final.

Pidámosle a Dios que, en su misericordia sin límites, ponga  una semilla de paz en cada corazón, especialmente en los más endurecidos, y una semilla de consuelo en los que están dispuestos a perdonar aun a los que ni siquiera son capaces de reconocer que obraron mal.