DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Febrero de 2012

 

La justicia en televisión
 
Las cámaras de televisión entraron a los juzgados y será difícil sacarlas. Cualquier intento en ese sentido levantaría una oleada de protestas. ¡Censura! Gritarían por todas partes y entraríamos en un debate sin fin sobre la posibilidad de transmitir los juicios, en especial los penales.
Los televidentes están ya acondicionados para la nueva situación y, en verdad, lo raro es que el tema no haya saltado a primer plano desde hace varios años. Adultos y niños han pasado largas horas viendo en la pantalla cómo se desarrolla un proceso, con los abogados gritando “¡Objeción!”, los jueces diciéndoles que sí o que no “ha lugar” y advirtiéndole al jurado cuáles partes de lo que oyen deben tener por no escuchadas.
Los juicios son auténticos dramas que atrapan la atención de principio a fin, como una modalidad sin sangre de los duelos en películas de capa y espada, o las hazañas en las sagas de los superhéroes, o la versión sin caballo de los enfrentamientos de cowboys con Pieles Rojas.
Generaciones de espectadores crecieron viendo en pantallas grandes y chicas los debates internos del jurado en Doce Hombres en Pugna, las acrobacias jurídico-detectivescas de Perry Mason o los enfrentamientos más recientes de Kramer vs. Kramer.
Viejos y jóvenes están listos para esta nueva clase de reality escenificada en vivo y en directo desde las Cortes, con actores que son jueces, acusadores y defensores de verdad y sindicados que, cuando termine el show salen libres para sus casas o encadenados para cárceles de verdad.
La gran pregunta que todavía estamos a tiempo de responder es ¿debe transmitirse el juicio en vivo y en directo? Muchos países lo prohíben, y el público se entera de lo que ocurre adentro por los relatos periodísticos y los dibujos con que artistas especializados retratan a los personajes de esos dramas escenificados a puerta cerrada.
Aquí son cada día más frecuentes las imágenes del juicio, a veces en directo y otras ligeramente diferidas. El riesgo es obvio. Como solo se transmiten fragmentos, para el televidente es imposible formarse una idea completa de lo que ocurre. Las frases del informe son escogidas por el editor y, por física falta de tiempo, quedan reducidas a unas cuantas palabras. Por acertada y fiel que sea la edición, es imposible que unos segundos de transmisión sirvan de base para que la opinión pública forme su criterio sobre la culpabilidad o inocencia de los reos.
Y esto puede conducir a unas conclusiones injustas por lo parciales, pues resulta imposible resumir en unos cuanto segundos lo que sindicados, defensores, acusadores y jueces exponen a lo largo del juicio. El derecho fundamental de toda persona a que se le haga justicia podrá ejercerse sin restricciones ante los jueces, a lo largo el juicio, pero desaparece ante la inmensa opinión pública que solo recibe un brevísimo flash. 
Lo mismo puede decirse de las actuaciones de acusadores y fiscales cuyos planteamientos llegan filtrados.
Si las cámaras van a continuar en los juzgados, para informar en directo o, al menos, con imágenes y voces tomadas en directo, para que haya justicia frente al pueblo, los juicios tendrán que transmitirse completos. 
Se dirá que es imposible dedicarle tanto tiempo a estos temas, con lo cual la nueva pegunta es: ¿vale la pena buscar tiempo para que las transmisiones de los juicios reflejen fielmente la manera como se hace justicia?