Los dos países más grandes de América, Estados Unidos y Brasil, nada menos que 550 millones de habitantes, se han presentado al mundo en esta temporada otoño-invierno, a través de sus respectivos procesos electorales, como los dos países más divididos y banalizados del mundo.
De hecho, su casi coincidente paso por las urnas cursó como una prueba de resistencia de la democracia frente al infantilismo-autoritarismo de dos personajes tan atrabiliarios como Jair Bolsonaro y Donald Trump.
Aunque a regañadientes, finalmente Bolsonaro está facilitando el traspaso de poderes al ganador, Lula da Silva. Y el país respira aliviado tras el triunfo de este por la mínima, pues se habían disparado las conjeturas sobre su disposición a impugnar el resultado por las buenas o por las malas, "con Dios al mando" y para frenar a "los comunistas", al estilo de su admirado Donald Trump, que inspiró el subversivo asalto al Congreso. Pero ahora se da cuenta de que, en contra de lo previsto, los electores no han premiado sus denuncias sobre el supuesto fraude en el recuento de las elecciones presidenciales de hace dos años.
Lo ocurrido en Brasil y lo ocurrido en EE UU, ha desactivado parcialmente los terrores europeos ante el riesgo de un eventual retroceso del sistema democrático en el mundo. Pero al movimiento reaccionario, xenófobo, excluyente y patriotero que representan Bolsonaro y Trump le han salido imitadores en el resto del mundo. También en España, donde la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no deja de dar motivos para la asimilación de un modelo llamado a alimentarse del enfrentamiento y la infantilización de la vida política.
Días atrás calificaba la alerta mundial por el cambio climático de "gran estafa", porque, según ella, encubre los intereses de los grandes lobbies que tratan de crear artificialmente nuevos mercados a empresas emergentes. Y antes, la presidenta madrileña había acusado al Gobierno de Sánchez de querer meter en la cárcel a la oposición. Espero que no acabe defendiendo también la barra libre en el uso de las armas.
Ayuso tiene todo el derecho a censurar al adversario político, incluso fuera de su propia escala autonómica, como es el caso, pero me parece que las frases enlatadas con explosivo dentro no deberían formar parte de un debate político sano. Y en eso se emparenta con Trump, cuando este insulta a sus rivales políticos o inocula pulsiones subversivas a sus seguidores, mientras se hace visible con esa gorra roja que le asemeja a un vendedor de hamburguesas.