Pablito Flórez y Germán Morales
Hoy escribo sobre la muerte, en este diciembre, de dos cordobeses sobresalientes y lo hago con un profundo sentimiento de dolor: ese que no permite que ocurra el fenómeno ingrato del olvido.
Uno de ellos, Pablito Flórez, murió en Ciénaga de Oro, donde nacieron sus producciones musicales –las cuales ya hacen parte del repertorio musical de Colombia-, con el sello de la inspiración Caribe y los ritmos que su propio ingenio imponía para exaltar las costumbres y a personajes de su pueblo, y algunas veces para denunciar, con notas tristes de su guitarra y los lamentos del bombardino, las injusticias sociales de que son víctimas sus amigos los campesinos.
Pablito, sin embargo, impuso el ritmo alegre y parrandero en sus canciones. ¿Cómo no buscar pareja para cuando su conjunto musical, o el de Aglaé Caraballo, o el del Cuarteto Orense, interpretan Los Sabores del Porro, o Juan Almanza, o cuando él mismo nos cantaba La Cumbia está herida, o nos narraba la historia de La Aventurera? Por supuesto que estas son muestras de su talento extraordinario, porque no podríamos registrar en una cuartilla todas sus producciones prodigiosas.
Entre los privilegios que me dio la vida estuvo el de haber departido con Pablito Flórez, en ese ambiente convocante y amable del kiosco de la casa de mi compadre Oscar Louis Lakah, en Ciénaga de Oro, tal como este amigo lo recordara en la nota que el mismo día del deceso me enviara, al no poder asistir al lanzamiento de mi libro “Puntadas sin dedal, Memorias y sueños”, en Montería, porque había sido escogido para pronunciar la oración fúnebre de su amigo entrañable.
Entre mis recuerdos, uno refleja mi admiración por Pablito Flórez cuando, al terminar una de sus interpretaciones, con esa emoción que muchas veces el corazón no puede contener –porque hay sentimientos que lo desbordan, le dije copa en mano y voz fuerte: ¡Pablito, no te mueras!
Pero… se nos murió Pablito. Sin embargo, su imagen, al lado de su guitarra y su sombrero, y sus creaciones musicales, siempre vivirán en el alma de de sus compatriotas que lo amaron.
Y en Barranquilla, días después, murió otro gran cordobés: el pintor Germán Morales, quien naciera en Chimá, donde construyó un palacete con la concepción ingeniosa de conjugar todos los estilos arquitectónicos, pero con el toque predominante de Gaudí, el más creativo de los arquitectos españoles.
Se dedicó a pintar paisajes. El marco de la naturaleza que exaltaba con frecuencia en sus cuadros fue el patio frondoso de su casa, que recreaba e iluminaba con la técnica del óleo sobre lienzo, dándole vida con todos los matices del verde que, en su pincel, adquirían belleza singular. De su obra, un cuadro cuelga de las paredes de mi apartamento: Paisaje con carreta, utilizado por el editor de mi libro “Puntadas sin dedal” - por sugerencia mía - para ilustrar la carátula; homenaje que quise rendirle a este gran pintor de mi tierra, sin pensar jamás que quince días después se apagaría su vida.
Pablito Flórez por su música y Germán Morales por su pintura, perdurarán más allá de la muerte.