EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Lunes, 26 de Diciembre de 2011

 

Luz interior

 

La tradición cristiana de celebrar la Navidad se desarrolló a partir de un sincretismo religioso en el que a las celebraciones paganas de la luz -que se remontan a muchos milenios antes de nuestra era- se les yuxtapusieron las creencias sobre el nacimiento de Jesús en días cercanos al solsticio de invierno. Si se tiene una comprensión de Jesús como un maestro que trascendió las fronteras de la consciencia y que su mensaje principal es el de la existencia de un amor incondicional, no hay nada más amoroso que reconocer que hombres y mujeres estamos llamados a ser luz.

Lo que celebramos el día de Navidad es esa posibilidad que tenemos de encender nuestra luz interior.

Prender la luz implica necesariamente reconocer la sombra. No se trata de una lucha contra las tinieblas de la existencia, sino más bien de un paso fluido de la inconsciencia a la consciencia. El día no pelea con la noche, puesto que la luz matutina no irrumpe con violencia; lo hace con amor. Eso es lo que vemos en los arreboles del alba, en donde el cielo se va tiñendo paulatinamente de rojos, naranjas, verdes y azules, que emergen suavemente desde las profundidades de la noche. El amanecer es ante todo un acto amoroso, una fusión cósmica entre la sombra y la luz. Las sombras antes que ser obstáculos para el devenir de la existencia, son medios fundamentales para poder reconocer la luz. Sin sombras no son posibles los aprendizajes de la vida. De ahí que reconocerlas sea el paso fundamental para ser luz.

El espectro de las sombras es bastante amplio y va, por sólo mencionar algunas, desde el mal genio constante hasta la melancolía profunda, del engreimiento airado al miedo a hacer lo que corresponde, de la falta de compromiso a la venganza que no conoce la compasión. Cada quien, si se mira en el espejo que son los otros, puede reconocer fácilmente sus sombras: aquello que nos irrita en los demás es muy seguramente lo que nos molesta de nosotros mismos. Entonces, una vez vamos teniendo consciencia de nuestras sombras podemos abrir paso a nuestras luces interiores. Acciones pequeñas marcan la diferencia: una sonrisa, la gratitud; un abrazo, la confianza; una acción, la caricia. Es el amor el que nos permite encender nuestra luz interior, el que paulatinamente va iluminando nuestro ego, nuestros miedos.

Nuestra Navidad puede ser el iluminar gradualmente nuestra oscuridad. En realidad no importa si es con una luz tenue o un reflector, lo importante es estar en el camino consciente de aceptar nuestras sombras para transformarlas en luz y brillar hoy un poco más que ayer. Mi deseo porque hayan pasado una Navidad consciente, llena de luz interior.