EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Abril de 2012

Saber pedir perdón

NO resulta fácil aceptar nuestras equivocaciones, y existen varias razones para ello, algunas culturales y otras definitivamente egoicas. Esto, en otras palabras, significa que si bien tenemos comportamientos aprendidos con relación a cómo elaborar los errores que todos los seres humanos cometemos como parte de nuestro proceso de aprendizaje, algunos hacen parte del combo del ego, ese que incluye tanto ideas como emociones locas.

Para algunos conglomerados humanos, el pedir perdón es un símbolo de debilidad: en incontables ocasiones, grupos específicos con intereses particulares han pasado por encima de los derechos inherentes a cualquier ser humano: los ejemplos tristemente abundan, y van desde el despojo de la tierra hasta el asesinato colectivo, estando en la mitad tantos hechos tan dolorosos como innombrables, todos con un sentido profundo por descubrir. En el punto del mundo en el que nos enfoquemos, encontramos historias de víctimas y victimarios, heridas que no han sanado en gran medida por falta de pedir perdón.

Los dominadores difícilmente se excusan públicamente, perpetuando así ciclos de violencia que se reproducen de generación en generación. Pero cada vez que se da un hecho colectivo de petición de perdón, nada sigue igual. Juan Pablo II pidió a nombre de la Iglesia Católica perdón por acciones que van desde las Cruzadas hasta la indiferencia frente al holocausto judío. El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, pidió perdón por la masacre de civiles en el río Sumpul, una de las más atroces cometidas en Latinoamérica. Con estos hechos, seguramente insuficientes en lo estructural pero fundamentales para la sanación colectiva, se abrieron espacios de reconciliación.

En lo personal ocurre algo similar. Hay razones egoicas para no pedir perdón: porque no aceptamos nuestros propios errores y queremos mostrarle al mundo nuestra máscara de perfección; porque dependemos tanto de la opinión externa, que si reconocemos el error creemos que no nos van a querer; porque creemos sabérnoslas todas y nos cegamos ante nuestras equivocaciones; o porque, sencillamente, somos insensibles ante el dolor ajeno que hemos acusado con acciones de abuso y avasallamiento. No pedir perdón es una señal de aprendizajes que aún no hemos hecho en relación con nosotros mismos; si reflexionáramos en ello podríamos encontrar claves para seguir creciendo.

A veces disfrazamos el pedido de perdón con acciones de empatía mediante las cuales creemos reparar una ofensa: un abrazo sentido, un gesto de amabilidad, una sonrisa, todas peticiones de perdón disfrazadas. Ello no basta, es necesario tener la humildad de corazón para pedir perdón. Es ahí donde está el verdadero aprendizaje, en reconocernos plenamente humanos y reconocer al otro. Hoy podemos renacer en el perdón, para reconciliarnos interiormente y con el mundo. Si conectamos sinceramente con el corazón, encontraremos las respuestas.