EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Enero de 2012

El diálogo interior

No  solemos dialogar con nosotros mismos. Ese es un hábito que se construye, pero que cada vez se enseña menos en el seno de las familias o en los centros educativos. Creemos que dialogar necesariamente implica otro, un interlocutor con quien interactuar; de hecho, la definición de diálogo que trae el Diccionario de la Real Academia Española es “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos.”
En mi paso por la Facultad de Comunicación tampoco se habló de la comunicación interior. De hecho, las definiciones de comunicación implicaban siempre otro, ¡como si nosotros no nos enviásemos mensajes a nosotros mismos!
No se nos enseña a hablar con nuestra propia interioridad, a conectarnos con nuestros propios mensajes, cuando estamos llenos de ellos todo el tiempo. Sabemos que las células se comunican entre sí, que los órganos interpretan sinfonías, que la sangre lleva y trae mensajes, como la emisaria de vida que es. Nuestro ser vive en permanente comunicación interior, pero no tenemos -por lo general- consciencia de ello. Esa comunicación ocurre no por nosotros, sino a pesar de nosotros. No sabemos dialogar con nuestro cuerpo, nuestras emociones, como tampoco con nuestros pensamientos y acciones. Actuamos, sentimos y pensamos por lo general en automático.
Emprender la aventura de los diálogos con nosotros mismos es un verdadero reto. Empieza por el silencio interior, cosa a la que no estamos enseñados en estas culturas que privilegian el afuera. Hay ruido permanentemente: las voces de la radio, la música en el i-pod o algún otro tipo de reproductor, el sonido de los videojuegos, todo tipo de conversaciones. Muchas personas le tienen miedo al silencio, que aparece amenazante. Lo que habitualmente ocurre es que las ideas deambulan por nuestra mente, en un ir y venir que no permite un mínimo de claridad. No hay mucho diálogo en las cabezas, pero sí bastante ruido. Evidentemente, es mucho más fácil vivir en el ruido, aunque no necesariamente más placentero ni constructivo.
Si hiciésemos más silencio, evitaríamos llenarnos de información que no nos sirve y que por el contrario es nociva. Nos contaminaríamos menos de cosas que ocurren en el mundo, pero que no podemos cambiar. Tendríamos menos frustraciones y rabias por la imperfección del mundo. Podríamos explorarnos más a nosotros mismos, para identificar esas cosas que sí podemos cambiar, en nuestro interior. Tendríamos más respuestas sobre nosotros mismos y el rumbo que podemos darle a nuestras vidas.
No podemos evitar la corrupción a gran escala; sí podemos actuar correctamente en nuestros entornos. No podemos calmar el dolor de la humanidad entera, pero sí amar a quienes nos rodean. Si dialogásemos más con nosotros mismos, cambiaríamos interiormente, para cambiar al mundo.