EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Octubre de 2012

El lugar en el mundo

 

Aunque seamos cada vez más los habitantes del planeta y la sobrepoblación aparezca como una amenaza, no sólo para las grandes urbes sino también para las zonas rurales, lo cierto es que cada ser humano tiene su lugar en el mundo.  Posiblemente esto no sea visto tan claramente desde la demografía o la economía; sin embargo, desde una perspectiva trascendente es posible comprender que si todos quienes habitamos la Tierra estamos aquí y ahora, es porque a cada quien le corresponde esta experiencia vital.  Por ello cada nueva vida es bienvenida y, aunque en ocasiones las circunstancias de una concepción sean terribles, todos los seres humanos somos fruto del amor, de una fuerza más grande que todos nosotros y que ordena la existencia.

Entonces, lo que resulta clave es que cada quien pueda reconocer ese lugar propio, el cual no hay que disputar con nadie, pues para todos hay. El primer territorio es el cuerpo, ese cuerpo que somos y le da cabida a nuestros pensamientos, emociones y sentimientos. Pero muchas veces no habitamos el cuerpo que somos: simplemente creemos que tenemos cuerpo, pero no lo asumimos plenamente como el espacio vital. Sólo una minoría tiene plena consciencia de su cuerpo, pues no siempre nos alimentamos bien, con lo que verdaderamente necesitamos, no con lo que queremos; no siempre hacemos todo el ejercicio que podríamos hacer para mantenernos sanos, de acuerdo con nuestro momento existencial; a veces bebemos en exceso o nos llenamos de sustancias que antes que beneficiarnos, nos perjudican; ahora nos solemos poner cosas o quitar otras, permitiendo que nuestro cuerpo sea cercenado, martillado, destripado, descostillado… Claro, ¡cada quien puede hacer de su cuerpo lo que quiera!

En realidad puede resultar difícil habitarse -habitar el propio cuerpo- tal como se es, porque preferimos satisfacer los gustos ajenos que las necesidades propias, porque no somos el “cuerpo perfecto” que nos vende el mercado, porque -en últimas- aún nos falta desarrollar más sano amor propio. Resulta curioso que una cultura que se caracteriza por el “culto al cuerpo” no lo asuma en forma integral. El culto al cuerpo podríamos empezarlo aquí y ahora, con sólo escucharlo. Al conectarnos con nuestra respiración, que por lo general es automática y lejana a ser motivo de reflexión, le estamos haciendo un homenaje a nuestra propia vida. Al escuchar nuestra respiración o nuestro ritmo cardíaco podemos escuchar nuestra propia música y danzar con ella nuestro propio ritmo.

Nuestro cuerpo es el primer lugar en el mundo.  Desde él podemos habitar otros espacios, interactuar con otros territorios vitales, realizar los aprendizajes a los que estamos llamados.  Hoy es una oportunidad para habitar plenamente nuestro lugar, desde el cuerpo que somos.