EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Noviembre de 2011

La condena al amor

La  revista Semana (edición del 31 de octubre, artículo ¿Quién le teme a Petro?), en su análisis sobre el triunfo del candidato progresista en la elección para la Alcaldía de Bogotá, afirma que el ahora alcalde electo asumió una actitud estoica, en la que incluso “echó mano de recursos cursis como el de proponer una “política del amor”…”
Ese es justamente uno de los grandes problemas contemporáneos, si no el mayor: creer que el amor es cursi, suponer que está desconectado de la cotidianidad, afirmar que hablar de amor es una ridiculez que sólo las personas con una visión romántica de la vida están en disposición de asumir. Es la condena al amor, a ese que se ha circunscrito a un mero acto de penetración y dominación.
En efecto, gran parte de la humanidad no puede reconocer que el amor es el alimento natural de la trama de la vida. Todos los seres humanos estamos pisando este planeta por amor, porque sin éste no es posible que un espermatozoide fecunde un óvulo, así sea en medio de condiciones tan terribles como un abuso sexual. Nadie es un accidente, ningún ser humano es un error, porque hay algo mucho más grande que la voluntad humana y eso más grande es amor puro. Esta es una verdad que llevamos hombres y mujeres en nuestro interior, pero que desconocemos cuando nos desconectamos de nuestra esencia. Y esa es la raíz de todos nuestros problemas.
La desconexión del amor es el triunfo del ego. En este país en el que el desplazamiento forzoso y el económico han hecho que millones de personas salgan de sus tierras, parece que el mayor desplazamiento es el emocional: nos hemos descentrado de nosotros mismos, nos hemos desplazado del amor, hemos abandonado nuestro principal territorio, nuestra esencia. Se nos olvida a veces el poder del amor, dudamos de él y hasta satanizamos a quienes hablan de amor. Sí, es cursi hablar de amor y cuando lo hacemos solemos confundirlo con otras cosas: egoísmo, falsa autoestima, provecho propio por encima del beneficio común y algo exclusivo para el entorno cercano. El corrupto roba por “amor” a sí mismo y a los suyos; el que juzga y condena lo hace por “amor” a alguna “causa noble”; quien se aferra al poder lo hace por “amor” a un “interés superior”; siempre quien hace un torcido tiene una justificación envuelta de un supuesto amor.
Más nos valdría que tanto el alcalde Petro como todos los servidores públicos elegidos el domingo pasado trabajen desde un amor verdadero. Si la política se permeara de amor se acabaría la politiquería. Pero tendremos lo que corresponde, si seguimos condenando al amor, por cursi.