EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Mayo de 2013

Crítica amorosa

 

Criticar es muy fácil, por una razón muy sencilla: cuando no se está comprometido con algo es más factible que veamos desde afuera lo que no se puede ver desde adentro. Resulta que es muy distinto estar involucrado que estar comprometido, como en el manido cuento de la gallina y el cerdo, invitados a un desayuno de huevos con tocino. Y en la crítica generalmente estamos involucrados: seguramente conocemos del tema, incluso podemos ser expertos, pero no se están teniendo las vivencias que sólo da la experiencia de quien está con el compromiso de vivir eso que se critica.

Posiblemente el valor de la crítica estribe en eso mismo: en que desde afuera se pueden ver otras cosas, que podrían enriquecer la experiencia y darían luces para un mejor actuar. Pero para que ello ocurriese, la crítica tendría que tener un sentido fundamental: la intención de aportar, no de destruir; y lo segundo requiere, en verdad, menos esfuerzo que lo primero. Porque en el aporte hay amor y entrega, la voluntad de darle al otro lo mejor, lo que requiere cierto grado de desprendimiento y algo de desapego a cualquier tipo de retribución.

Es ahí donde el ego se entremete, pues el criticar puede implicar una postura de superioridad, un ligero placer de descalificar al otro para que no brille tanto como puede o para que nosotros parezcamos más deslumbrantes. Esto ocurre tanto en la esfera de lo privado como en la de lo público. En la universidad solíamos criticar despiadadamente a las niñas que se “teñían las raíces de negro” y nos parecía casi inaceptable que se aparecieran así. Nunca nos detuvimos a pensar que a lo mejor no tenían dinero para el tinte, o les faltaba tiempo, o simplemente que así querían estar, sin importar el qué dirán. En efecto, tiempo después se impuso la moda del pelo de varios colores, y las raíces negras no se veían tan mal…

En la crítica hay muchos elementos subjetivos, unos puntos de vista que son sólo eso, lugares desde dónde se puede ver una porción de realidad. Lo que ocurre es que a veces pretendemos que nuestra verdad sea “la verdad revelada”, ante la cual no puede haber objeción alguna. Desde nuestro pedestal de críticos podemos despedazar al otro, sin compasión alguna, sin recordar que detrás de una persona hay emociones, pensamientos y acciones, los suyos, y que en este plano existencial todos nos equivocamos. Todos.

Claro que podemos dar retroalimentación, cuando nos la pidan. Y, opinar. Pero sin que se nos olvide el sustrato común a todos y a todo: el amor. Posiblemente desde allí la opinión será oportuna, válida, escuchada, valorada. Así estaremos aportando, amando.

@edoxvargas