EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Sábado, 13 de Agosto de 2011

A propósito del perdón


“Vale la pena reconocer los errores que hemos cometido”


TODOS  los días vivimos, en lo personal, lo familiar y lo comunitario, situaciones en las que vale la pena reconocer los errores que hemos cometido, pues en este mundo imperfecto estamos en proceso de aprendizaje: ensayo y error es la dupla que nos permite ir avanzando en la comprensión de la existencia. Por ello es tan importante reconocer los propios errores, así como valorar el reconocimiento que los otros hacen de sus equivocaciones. Esta semana que terminó tuvimos dos hechos de trascendencia nacional, en los que el perdón fue el eje que nos permite reconectarnos con nuestra propia humanidad.


Que el Estado colombiano -y el Gobierno nacional- pida perdón público a los familiares del asesinado senador Manuel Cepeda, constituye un hito para la reconciliación nacional. El exterminio de la UP en la década de los noventa es aún una herida abierta, como tantas otras de ayer y de hoy. El perdón es el primer paso para dejar que la herida sane, llegue a cicatrizar y finalmente no duela. Si fue noble el pedido de perdón por parte del Ministro del Interior y de Justicia -a instancia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos-, no lo fue menos su aceptación por parte del representante a la Cámara, Iván Cepeda.


Para que el perdón logre su cometido, su aceptación por parte de las personas heridas o injuriadas, -víctimas reales- resulta fundamental. Luego sigue la reparación y la restitución de derechos, algo consignado en la Ley, pero que falta por llevar plenamente a la acción.


El otro asunto fue la agresión que Hernán Darío Gómez protagonizó al golpear a una señora hace unos días, a la salida de un bar en Bogotá. El señor pidió disculpas públicas, ante lo cual hubo reacciones encontradas, que van desde creer que es un pedido de perdón ficticio, hasta que es auténtico, transparente. Sólo el señor Gómez lo sabe. Más allá de ello, creo que si hemos sido víctimas de una agresión tenemos el derecho a ser reparados, y también el derecho a sanar. Esto último depende de mí mismo, de usted mismo. Podemos decidir aceptar las excusas, independientemente de su motivación, o podemos enredarnos en mantener viva una herida, sintiendo que nada ni nadie será capaz de resarcir nuestro dolor.


El perdón es, entonces, un asunto de elección. Podemos elegir pedir perdón por nuestros errores, para desde ahí pasar a una acción restaurativa; asimismo, podemos elegir aceptar el perdón que nos es ofrecido. También podemos optar por lo contrario y perpetuar el círculo vicioso del dolor, el resentimiento y la venganza. La reconciliación nacional empieza en lo pequeño, pues los grandes cambios arrancan en lo micro, y de adentro hacia afuera.