Las señales de la vida
Dado que ando en permanente actitud de aprendizaje, me dejo sorprender por lo que la vida me ofrece: no siempre me da lo que quiero, aunque siempre me dé lo que necesito. Eso que me pasa a mí, muy probablemente también le pase o le haya pasado a usted: no siempre se sabe distinguir entre lo que se quiere y lo que realmente conviene.
A veces los seres humanos nos empecinamos en obtener algo que, en lugar de ayudarnos a crecer, nos mantiene en la zona de confort que no genera aprendizaje alguno. Eso lo solemos calificar como tesón, enfoque en el objetivo, orientación al logro, y es ampliamente premiado por el sistema en el que vivimos. Sin embargo, a lo mejor es simplemente terquedad. La clave está en diferenciar.
No siempre es fácil saber leer las señales que la vida nos da todos los días. Unas de esas señales son los obstáculos que se nos presentan a diario. Es bueno, y mucho, tener la capacidad para resolver los problemas y no darnos por vencidos con el primer tropezón. Pero cuando la vida plantea obstáculo tras obstáculo y las cosas no fluyen, el empecinarnos en algo puede no ser lo más conveniente. Aquí entra en juego la diferencia entre vivir desde la expectativa y vivir desde la posibilidad. Las expectativas son las que no nos permiten ver las señales de la vida, son las trampas del ego que nos impulsan a lo que no nos conviene. Si las expectativas no se cumplen cuando queremos que se cumplan, la cultura nos dice que somos perdedores, y se entiende el perder como fracaso.
Pero si no tenemos lo que queremos cuando lo queremos a lo mejor no estamos fracasando, sino que estamos teniendo la posibilidad de aprender lo que necesitamos aprender. Vivir desde las posibilidades nos abre la puerta al infinito. Lo que no se da hoy es posible que se dé mañana, o que no se dé, simplemente. Estar en la posibilidad es incómodo, lo cual en este sistema social en que vivimos no resulta nada atractivo, pues lo que se nos vende a cada momento es tener una vida cada vez más confortable, aunque no aprendamos lo que necesitamos aprender. Aprender incomoda.
El ego es como un niño de dos años que llora porque no tiene en forma inmediata lo que quiere. El niño no sabe que en media hora tendrá su atención en otra cosa, y que la frustración momentánea le ayudará a saber vivir más adelante. Ya de adultos, en ocasiones no comprendemos que la frustración de una expectativa no cumplida puede ser la plenitud posterior. Sólo es cuestión de leer las señales.