EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Agosto de 2014

Eso de recomendar…

 

Es  reflejo de altruismo querer recomendar lo que a nosotros nos funciona.  Sugerimos restaurantes, libros, destinos turísticos, todo aquello que nos produce un nivel importante de satisfacción y alegría. Hablamos desde la propia experiencia, pero finalmente no sabemos si eso que recomendamos será lo adecuado o no para otras personas: cada quien, desde sus vivencias particulares y perspectivas propias, asume los estímulos en forma diferente.

También es posible que desde nuestra propia vivencia tengamos algo de arrogancia oculta al compartir las experiencias, de creernos un poco más que los demás porque vamos a tal sitio o tal otro, porque tenemos esto o lo otro, y que en el compartir se aloje -bien camuflado- un deseo de ser reconocidos como superiores…  complejo de inferioridad, que llaman.

Cuando el compartir es auténtico, fruto genuino del deseo de bienestar en otros, reconocidos como iguales en esta experiencia de aprendizaje que llamamos vida, esa energía amorosa con que se generó la recomendación llegará a su destino y hará su trabajo. Cuando el compartir es presuntuoso y está infectado del veneno “yo soy mejor que tú”, la cuestión no funciona. Cada quien está en momentos de aprendizaje diferentes; cada quien tiene claridad en ciertas cosas y sombras en otras.  Somos caminantes en el mismo viaje y cada quien lo realiza como puede y quiere, con los recursos que tiene. El camino que yo hago no es el único y quienes no hagan el recorrido como yo lo hago no son inferiores, ¡ni más faltaba!

No todo el mundo tiene porqué casarse: eso de que el matrimonio sea la única forma sana para vivir en pareja es falso; no son mejores los que se casan que los que no, simplemente tienen experiencias diferentes de aprendizaje. Tampoco son mejores quienes construyen un matrimonio para toda la vida que quienes realizan un divorcio: lo primero no necesariamente es sinónimo de éxito, como lo segundo tampoco lo es de fracaso; solamente son aprendizajes distintos. No es mejor quien tiene mascotas que quien no: simplemente quien las tiene expresa su amor en esa manera. No son mejores los vegetarianos que quienes no: hay varios enfoques nutricionales y cada quien elige el suyo. Tampoco son mejores quienes experimentan una profunda vivencia espiritual que quienes no: cada quien se conecta como puede y quiere, si quiere. Evidentemente no es mejor quien profesa una religión, sólo por declarar abiertamente su fe. No ama más quien es padre o madre que quien no: ¿qué sentido tiene comparar las experiencias de amor, si cada una es única e irrepetible?

Eso de recomendar desde creerse mejor nutre las comparaciones, más que odiosas, realmente inútiles. Si hemos de recomendar, que sea por amor.

@edoxvargas