Desde la disolución de la Unión Soviética, Cuba quedó huérfana de padre político y económico que le permitiera sostener la dictadura de los Castro. El fracaso del socialismo había quedado de nuevo en evidencia tras la caída del muro de Berlín, la escasez de bienes y servicios, producto de la ausencia de democracia y libertad, profundizaron la miseria y la violencia en la isla, pero sus pretensiones expansionistas seguían vivas, y la necesidad, hacia imperioso buscar nuevas fuentes de recursos y nuevos aliados ideológicos. Así, el “Colonialismo Cubano” encontró en el “Socialismo del Siglo XXI”, una estrategia de expansión más efectiva que la revolución a través de las guerrillas armadas.
Bajo la premisa de que era más fácil hacer la revolución ganándose las elecciones que dando golpes de Estado, encontraron en Venezuela la mezcla perfecta: un país sumido en la corrupción, instituciones deslegitimadas, que habían perdido la confianza del pueblo e inestabilidad política que hacía imposible consolidar un proyecto de Nación. Por otro lado: profunda polarización política, un líder carismático que encarnaba el sentimiento de indignación de gran parte de la sociedad, en cuyos corazones desencantados y con rabia calaban fácilmente las propuestas populistas y demagógicas del líder, que, sin parecer una amenaza a lo establecido, ofrecía una alternativa de cambio y esperanza.
Y así fue, Chávez ganó en elecciones democráticas y se valió de las instituciones, y de millones de incautos, para hacer una revolución desde el poder. Gozó de una bonanza petrolera sin precedentes que le permitió financiar una política de asistencialismo social, que ocultaba con la abundancia el deterioro del aparato productivo venezolano. Las rentas remplazaron la producción y los subsidios remplazaron a los empleos. Esa sensación de bienestar, justificó para muchos, ciertas prácticas antidemocráticas, como males menores para poder garantizar un sistema, cómodo para muchos y rentable para pocos.
La dictadura cubana ha sido la gran beneficiaria del petróleo venezolano y por eso se ha encargado de mantener en el poder al régimen chavista. Después de 20 años, han tenido que reemplazar el petróleo por cocaína, los subsidios por la represión, y el apoyo popular por la censura absoluta. El resto del cuento es bien conocido y lo estamos viviendo en tiempo real. Más de cuatro millones de venezolanos han tenido que abandonar su país, la comunidad internacional no ha logrado asfixiar al régimen, mientras Cuba sigue moviendo sus fichas y planea su siguiente movida en el ajedrez geopolítico, que de nuevo parece darle opciones favorables.
El Ecuador anda sumido en una crisis política que se ha trasladado a las calles, donde los seguidores de Correa y los enviados de Maduro, se han encargado de generar violencia, caos e inestabilidad, utilizando a los indígenas, para justificar los desmanes con apariencia de reivindicación social, esta vez con la excusa del desmonte de los subsidios a la gasolina, que no es más que un subsidio regresivo, donde los pobres financian a los ricos.
“Después vamos para Colombia”, dijo el vocero de la dictadura chavista, Diosdado Cabello. Las protestas en Bogotá empiezan a convertirse en revueltas, las ‘papas bomba’ ya están intentando incendiar edificios y las agresiones a ciudadanos y policías son intentos de homicidio. En lugar de utilizar a los indígenas, instrumentalizan las necesidades de los estudiantes para encender la llama del caos.
Esa izquierda solo es competitiva en medio de la pobreza, el caos, la inestabilidad, la desinstitucionalización. Por eso se encargan de promoverla. Lo más grave es que los violentos encuentran eco en las voces de importantes dirigentes políticos que, de manera irresponsable, o como parte de su estrategia de la combinación de las formas de lucha, justifican la violencia, dándole apariencia de reivindicación social.
En nuestro país el triunfo del presidente Duque le aplazó las posibilidades a la izquierda “servil al imperialismo cubano”, pero la amenaza sigue latente, en estas elecciones regionales no podemos darle oxígeno.