Un gran número de expertos, científicos, epidemiólogos, han sostenido que la humanidad tendrá que aprender a convivir con el virus por mucho tiempo. Muchos laboratorios trabajan en una vacuna, algunos afirman que podría tardar por lo menos un año en desarrollarse y otros seis meses en distribuirse entre la población, durante ese tiempo, sería insostenible mantener a la población en cuarentena, paralizando por completo la economía.
Países como Suecia, han optado por no confinar a sus ciudadanos, manteniendo, con ciertos protocolos, las actividades sociales y productivas, la interacción social en espacios públicos, así como la actividad de colegios y universidades. Su apuesta es lograr la inmunidad colectiva, exponiendo a la población al contagio del virus para el desarrollo de anticuerpos, para lo cual necesitan, que al menos un 60% de las personas lo contraigan. Esa postura, arriesgada sin duda, que deposita la responsabilidad en el individuo, parece ser la mejor, pero sobretodo la única alternativa viable, para combatir el virus, evitando que el remedio sea más peligroso que la enfermedad.
Llama la atención, que en la mayoría de los países, los esfuerzos contra el virus han estado a cargo del Estado y de las empresas, desconociendo por completo el papel que debe tener el individuo, quién debería ser el principal protagonista de esta situación, pues solo en cada uno de nosotros recae la obligación y la necesidad de protegerse, a sí mismo y a su familia, evitando enfermarse, pero a la vez garantizando su subsistencia y la satisfacción de sus necesidades básicas.
No hay ningún Estado, por rico que sea, que tenga la capacidad de paralizar su economía y satisfacer las necesidades de una población sin trabajar. Quienes se oponen a una reapertura gradual de la economía y de la vida social, creen que el Estado es un barril son fondo, un “papá” proveedor y protector que todo nos lo debe. Se equivocan, no solo porque esa NO es la función del Estado, sino porque además es una solución insostenible, sobretodo en un país pobre como el nuestro. Esa postura, irresponsable y populista, va a resultar más letal y más nociva para el conjunto de la sociedad, pues va a condenar a millones de personas al desempleo, al hambre y a la violencia, que ya no podrán ser asistidas por un Estado también quebrado.
El papel del Estado es liderar, coordinar la acción del conjunto social. Con campañas educativas e informativas, señalando cómo es el comportamiento del virus y cómo debo cuidarme y comportarme para reducir mí riesgo; señalando que la responsabilidad de las empresas, es indicar a sus colaboradores el protocolo en su lugar de trabajo, así como proveerle los elementos necesarios para desempeñar su labor, reduciendo los riesgos de contagio.
La única manera de salir de esto, es empoderando al individuo, en lugar de opacarlo y someterlo a las decisiones arbitrarias del Estado, que por “salvarnos”, puede terminar sometiéndonos a un estado de barbarie, de hambre, caos y violencia, que resultará más peligroso que la propia enfermedad. Por eso, resulta imperativo reactivar la economía y que cada uno de nosotros tome decisiones y medidas responsables de auto protección.