Las marchas son tan violentas como las tomas guerrilleras; las movilizaciones de las motos bloquean ciudades para imponer exigencias injustas, y la mayoría de los ciudadanos sigue siendo víctima de las minorías. Esa realidad no tiene sentido, pero inventamos cuentos para justificarla, y para reorientarnos.
Pese a que lo que perjuren los mitos, los chismes, las investigaciones o las publicidades, la humanidad no recibió suficiente bienestar y tampoco aportó lo necesario para ser sostenible. Condenada a repetir esas *historias*, falaces o pérfidas, sigue creyendo que la moraleja de los cuentos es hacer ajustes de cuentas, a las malas, aunque las matemáticas supuestamente nos permitían distinguirnos de los demás animales.
El ciclo de la vida tiene la estructura de un cuento. Y en ese camino conocemos a muchos cuenteros. Verbigracia, quienes han dado “Vueltas a su Mundo en 80 Días”; otros guiados por caprichos de moda, para perpetuar su importancia existencia en las redes sociales virtuales, aunque la importancia de eso realmente sea efímera.
Compartimos con egresados de notables universidades, aunque la mayoría corrompe su vocación por egoísmo o falta de pensamiento crítico; y abundan las malas influencias: personas ordinarias, insoportables o hipócritas, las más, pero, así mismo, alguna oportunidad habremos tenido de cruzarnos con seres humanos genuinos, que han aportado sabiduría en momentos que cobraron trascendencia.
No es lo mismo inteligencia que cultura; tampoco éxito equivale a ética. Sobran los talentos desperdiciados, y las vanidades obnubilan las transformaciones sociales que demandan tantas actividades económicas abyectas, como las prostituidas finanzas, tecnocracias, plataformas digitales y otras sustancias que maquillan vacíos, depresiones y ansiedades.
Muchos filósofos han escrito manuales sobre la vida y la sociedad; pasaron siglos y no hemos tenido lucidez para asimilar e incorporar sus reflexiones. Quizás, sencillamente nunca quisimos aplicarlas. Fue el caso del hermano mayor de Chéjov, quien a través de una elocuente carta exhortó al primero a que dejara de autodestruirse.
Según ese creador de cuentos, la solución a los problemas es vivir de manera civilizada (Flashbak, 1986). Algunos apartes rezaban que “la facultad de ofenderse es propiedad exclusiva de las almas nobles”; “no puedes culpar a los demás [o a los caprichos del destino] al darte cuenta de que vives una mentira”, porque “cuando la decencia se va […] te reconcilias con esa mentira”. “En mi opinión, eres amable hasta el extremo, magnánimo, desinteresado, compartirías hasta el último centavo y eres sincero. El odio y la envidia son ajenos a ti, eres de corazón abierto, eres compasivo, no eres codicioso, no guardas rencor y eres confiado. Estás dotado con algo que a otros les falta: tienes talento”.
Nuestras historias son tan creíbles y flexibles, que cada anuncio con estadísticas tiene incorporada alguna narrativa intencionada. Jugando con los sesgos cognitivos, también ajustamos lo que percibimos, para que cuadre con nuestra visión del mundo: lo demás parece enemigo, y nos resistimos al cambio.
Recomiendo La Morfología del Cuento (Propp, 1928); El Héroe Interior (Pearson, 2015), y tengo pendiente leer La Ciencia de Contar Historias (Storr, 2022).