Los seres humanos tenemos señales sobre la vida todo el tiempo, pero no podemos reconocerlas fácilmente o incluso viéndolas las solemos pasar por alto, pues se nos atraviesa un gran tirano que nos domina si se lo permitimos: el deseo. El semáforo se pone en amarillo -que no, no es para acelerar antes de que cambie la luz- indicando advertencia y luego en rojo, para que nos detengamos, pero el deseo de acelerar, de sentir poder, de ganarle al de al lado, hace que sigamos de largo, exponiéndonos y exponiendo a otros. Las señales no son un capricho de la vida, son signos que nos permiten identificar si vamos por una ruta que nos hará posible una vida más plena o por una enredada conducente al sufrimiento. Pero el deseo nos nubla la visión y genera daltonismo emocional y cognitivo. Cambiamos la sensatez del yo necesito por la inmediatez del yo quiero, algo fomentado por las sociedades contemporáneas. Pésimo negocio.
Claro que son importantes los anhelos; el problema ocurre cuando en el frenetismo por conseguir el anhelo nos estrellamos constantemente, reincidimos en el mismo error y seguimos insistiendo, porque creemos ciegamente que la persistencia a cualquier costo nos conduce hacia el éxito. Pagamos precios muy altos por satisfacer el deseo, incluso el precio de la vida, como cuando cruzamos el semáforo en rojo y colisionamos. Queremos ser millonarios y vamos a apostar a un casino, convencidos de que tendremos una gran jornada de suerte; pero a medida que pasan las horas no solo no ganamos sino que perdemos el dinero que teníamos entre el bolsillo, efectivo o plástico. Aunque la señal es clara, seguimos apostando, hasta que nos quedamos en ceros o rojos. Desatendimos las señales, nos dejamos enredar por el deseo.
Cuando tenemos una idea fija en la cabeza y la llevamos a cabo cueste lo que cueste, es preciso que identifiquemos si el empeño nos genera tranquilidad, gratificación y una ansiedad que nos empuja hacia la acción o si por el contrario aparecen la zozobra, el desgaste estéril y la frustración constante. No todo aquello que deseamos nos conviene, como tampoco todo lo que decimos que queremos en realidad lo anhelamos. Muchas veces nos hacemos trampa, nos auto-saboteamos, sobre lo cual también tenemos señales claras de la vida, que pasamos por alto. La vida tiene varias maneras de mostrarnos que vamos por el camino equivocado: accidentes, que aparentemente son casuales pero que en realidad no lo son, bloqueos, enfermedades. Nada de lo que nos ocurre es caprichoso, todo tiene un sentido que podemos revelar.
Los deseos pueden representar nuestra expansión o nuestra decadencia. Necesitamos observarlos bien, analizarlos con la cabeza, sentirlos con el corazón y atestiguarlos con el cuerpo. Cuando los deseos coinciden con aquello que necesitamos para ser mejores personas serán fluidos, con obstáculos salvables. Cuando solo son producto del capricho momentáneo, la vida se encargará de indicarnos que es preciso que cambiemos el rumbo; ojalá nos inclinemos conscientemente por lo más sensato. Siempre podremos elegir.