Uno de los más iluminados pensadores de la humanidad, Joseph Ratzinger, ante una pregunta de su entrevistador (Dios y el Mundo) sobre los falsos profetas, respondió: “… Estamos hablando de una época en la que existían numerosos filósofos ambulantes, curanderos, personajes mesiánicos. Todos ellos prometían la salvación y el camino correcto, querían halagar a la gente y aparentar que traían la bondad y la verdad, cuando en realidad lo único que les interesaba era el lucro personal”.
El reto que le espera al electo presidente Andrés Manuel López Obrador (Amlo) en México es bien grande: demostrar, de un lado, que en Latinoamérica un gobierno de izquierda, alimentado en las vasijas de barro del más puro populismo, puede llegar a ser verdaderamente democrático, idóneo, ético y redentor de la pobreza y, del otro, tratar de borrar la mala imagen de gobiernos como los de Venezuela y Nicaragua los cuales -descaradamente arropados en las banderas del pueblo- se han convertido en vitrina de exhibición del traje andrajoso de unas modernas dictaduras corruptas e ineficientes.
La preocupación de la comunidad internacional y del empresariado queda latente, pues la biografía de Amlo vislumbra en el espectro político unos cambios imprevistos de luces, no obstante haber tenido un desempeño decoroso como alcalde del Distrito Federal en el 2000, ciertamente antagónico del caso de nuestro alcalde Petro en Bogotá, su copartidario e imitador de estilo y tácticas proselitistas.
En los 70’s se matriculó al sempiterno Partido Revolucionario Institucional (PRI); en 1989 se alineó con el naciente PRD (Partido de la Revolución Democrática) y en unas elecciones locales de 1991, en que su partido perdió seis alcaldías, alegó fraude y emprendió una protesta extendida con plantón permanente en plazas públicas; en 1995, luego de otros comicios, inició unas caravanas y marchas en Ciudad de México, pidiendo anulación de las elecciones; cuando en el 2006 perdió las elecciones presidenciales que favorecieron al electo Felipe Calderón Hinojosa, candidato del PAN (Acción Nacional), dijo que se las habían robado y llamó a sus partidarios para declararse en campamento permanente en la plaza principal de ciudad de México, impidiendo el tránsito vehicular por la Avenida Paseo de la Reforma, acciones que por poco desembocan en caos institucional y, en el 2012, también alegó fraude electoral cuando perdió ampliamente contra el actual presidente, Enrique Peña Nieto.
El excandidato Gustavo Petro, justamente envalentonado con el caso mexicano, parece haber bebido en las mismas fuentes de Amlo, pero como alumno más adelantado pues, con ínfulas de vidente, previó fraude electoral y ordenó convocar a todo el pueblo de su “Colombia Humana” a las calles y plazas al cierre de la elecciones, y después de ellas, al saberse perdedor, sentenció que “Nuestro movimiento no se va a ir a dormir a la casa sin movilizarse permanentemente, para dirigir un pueblo que debe mantenerse activo, movilizado”.
Es el viejo truco del derecho a la protesta permanente, disfrazando un mesianismo activo y caminante, callejero y campamentario, como en ademán de zarpa, para ver qué puede obtener al despuntar el alba, añorando el poder sin decirnos para qué.