Decía Manuel Azaña que el adulterio es un privilegio de los reyes. A lo mejor es la doctrina de quienes quitan importancia al hecho de que don Juan Carlos y doña Sofía se junten solo para asistir el lunes que viene a los funerales por la reina Isabel II en la abadía de Westminster.
Si así fuera, también habrían decaído las razones que, por comportamientos públicos más reprobables que el adulterio, la Casa del Rey y el Gobierno entendieron en su día que el emérito debía mantenerse alejado de España y evitar en lo posible la exposición pública.
No encuentro otra explicación a la anunciada presencia de don Juan Carlos en los funerales de su ilustre parienta. Si es que la noticia, muy difundida en los medios informativos, viene respaldada por la consiguiente verificación. Algunos tenemos dudas en ese sentido.
Sobran los motivos para detectar incomodidad en las fuentes de esa noticia. Se han encastillado en que la invitación es personal y en que las razones de parentesco deben prevalecer sobre otras. Pero el rastreo de esas fuentes permite al comentarista sostener que Zarzuela y Moncloa recelan de la eventual presencia del emérito en los funerales por Isabel II.
Repito: eventual. Porque no está dicha la última palabra. Salvo que -insisto- de la noche a la mañana se hayan cancelado las razones utilizadas en su día (marzo de 2020) para aconsejar el alejamiento físico de don Juan Carlos, privarle de sus funciones institucionales y excluirle de los Presupuestos de la Casa del Rey como perceptor de una asignación económica.
Sin ir más lejos, tomemos solo las dos últimas: representación y coste del viaje. Las dos han reverdecido el polarizado debate sobre la figura estigmatizada del anterior jefe del Estado. Especialmente entre los enemigos de la Monarquía, que vuelven a encontrar la ocasión de ponerse estupendos en defensa de la República.
En cuanto a la representación, insiste el Gobierno en reconocer solo la que ostentará Felipe VI. Pero es metafísicamente imposible ignorar la vinculación ética y estética de Juan Carlos al Estado, la Corona y la Familia Real. Las ausencias pueden aparcar esa vinculación. Las presencias la actualizan, la vuelven a poner en primer plano. Eso puede ocurrir si al final el Rey acude a los funerales y en algún momento -diga lo que diga el protocolo británico- sale en la foto junto a su padre.
Y en cuanto al coste del viaje, que ya ha provocado varias preguntas parlamentarias, es lógica la curiosidad por saber quién pagará el desplazamiento de don Juan Carlos a Londres y su estancia en el Reino Unido, sabiendo como se sabe que fue decisión del hijo retirar la asignación oficial del padre (punto 3 del comunicado de la Casa del Rey emitido el 15 de marzo de 2020).