Ha hecho carrera la idea de que los países desarrollados se enriquecen a costa de nosotros. En particular, que el éxito de los EE. UU. se fundamenta en el fracaso de América Latina. En su excelente libro, Delirio Americano, Carlos Granés pone el origen de esta manía en 1898, con la derrota de España en Cuba. Con agudeza señala que los latinoamericanos no entraremos en el siglo XXI hasta que no superemos esa obsesión.
Es una animadversión que superaron países clave. En 1945, después de la segunda derrota en guerras mundiales, los alemanes se aliaron con los americanos y crearon el milagro económico alemán. Inspirados en Adenauer y los americanos, ayudaron a crear la Unión Europea, las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el FMI, que son la arquitectura del mundo civilizado y pacífico.
Los japoneses pasaron de luchar con fiereza y valentía contra los americanos, a soportar dos inefables bombas atómicas en Iroshima y Nagasaki, y una rendición incondicional. Luego los admitieron como inversionistas y socios. El milagro económico japonés tiene bastante que ver con la inversión americana en ese país, y la apertura comercial de EE. UU. a las exportaciones japonesas.
Luego vinieron los coreanos. En su territorio se luchó una guerra civil en la que tomaron partido las grandes potencias. Los del norte quedaron bajo la tutela de China y Rusia y los del sur bajo la de EEUU. 70 años después, los del norte solo producen misiles, pobreza y pesar. Los del sur son una potencia económica.
Esos acontecimientos llevaron a Deng Xiaoping, el gran transformador chino a concluir: los alemanes se aliaron con los americanos y les fue bien, los japoneses se aliaron con los americanos y les fue bien, los coreanos se aliaron con los americanos y les fue bien, los singapurenses se aliaron cn los ameicanos y les fue bien. Los chinos debemos aliarnos con los americanos.
Vean lo que ha hecho China desde 1980. El capital, la tecnología, la capacidad de organización empresarial y los mercados americanos, japoneses, alemanes y europeos sacaron a China de la pobreza. Claro está, con evidentes avances de los propios chinos. Se debe resaltar que ninuguno de esos países sacrificó su identidad nacional en esa asociación positiva con los EE. UU.
Esa epifanía nos ha quedado grande a los latinoamericanos. No logramos superar un encono que muchos parecen haber mamado en el seno materno. Salvo Salinas de Gortari, que a principios de los años noventa convenció a los mexicanos de que el futuro era con los americanos. Hoy México compite con China en poder manufacturero, quién lo creyera. Si no fuera por la alianza forjada en el NAFTA, México podría estar abrumada por los carteles de droga, la corrupción y el desconcierto.
Colombia ha derivado buenas cosas de su asociación con EE. UU. La misión Kemerere de 1923, que creó el Banco de la República, la misión Currie al principio de los años cincuenta y el Plan Colombia a principios de este siglo son ejemplos notables con buenos resultados. El TLC ha tenido menos éxito para nosotros del que presagiábamos.
Muchas personas en Colombia mantienen la animadversión a los americanos, y eso no los deja salir del siglo XX. Más nos valdría aprender del conservador alemán Konrad Adenauer, del comunista chino Deng Xiao Ping y del pro-mercado Salinas de Gortari, que dejaron atrás idologías trancochadas y decidieron empezar una era de prosperidad para sus países acompañados de buenos socios.