En toda Latinoamérica, los populismos de izquierda están cediendo cada vez más terreno a la insatisfacción ciudadana. En Argentina, sólo el 36% de los votantes apoyaron al candidato del oficialismo peronista el domingo pasado. En Colombia, las elecciones regionales seguramente revelarán la creciente impopularidad del Pacto Histórico. En Perú, ya gobierna de facto una coalición parlamentaria de centro-derecha, luego de que Pedro Castillo, cuya aprobación alcanzaba el 24%, intentó dar un golpe de estado a finales del año pasado. Incluso en Ecuador, a pesar de la insatisfacción popular con el gobierno tecnocrático de Guillermo Lasso, los aliados del expresidente Correa no lograron reimponer el socialismo del siglo XXI.
Curiosamente, México es la única excepción importante a la regla. En los últimos cinco años, Andrés Manuel López Obrador ha sostenido altos niveles de aprobación. Hoy goza de mayorías estables en ambas cámaras del congreso y su partido, Morena, controla casi dos tercios de las gobernaciones del país. Si las próximas elecciones se celebraran hoy, alrededor del 60% de los mexicanos votarían por la candidata del actual presidente.
El triunfo del populismo en México resulta enigmático porque no corresponde a ninguna mejora verdadera en la trayectoria del país. Entre 2018 y 2022, los primeros cuatro años del gobierno López Obrador, México sufrió una contracción anual del 1% en sus ingresos per cápita, mientras que Colombia creció al 2% anual, Chile y Brasil al 1% y Perú y Argentina sufrieron períodos de estancamiento. Hasta ahora, esta contracción representa el peor rendimiento de cualquier presidencia mexicana desde que tenemos datos del Banco Mundial, especialmente vergonzoso comparado con el crecimiento robusto del 3% que se vivió en el sexenio de Ernesto Zedillo entre 1994 y 2000.
La seguridad también se ha deteriorado. Durante las presidencias de Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, la tasa de homicidios oscilaba generalmente entre los 10 y 20 por 100,000 habitantes. Si bien esta tasa ha ido aumentando desde que comenzó la guerra contra el narcotráfico en el 2006, solamente bajo López Obrador se ha estabilizado a un nivel de casi 30 por 100,000 habitantes. Por primera vez en décadas, México es más peligroso que Colombia.
Adicionalmente, mientras que algunos países latinoamericanos han avanzado modestamente en la lucha contra la corrupción desde que estalló el escándalo de Odebrecht, en México esta se ha intensificado. Desde el año 2014, México ha caído cuatro puntos en el índice de corrupción de Transparencia Internacional. Hoy, es la democracia con más de 20 millones de habitantes más corrupta de toda América.
¿Por qué, a pesar de todos estos problemas, López Obrador mantiene altos niveles de aprobación? Quizás sea porque representa un populismo puro y flexible, libre de cualquier consideración ideológica. Representa un populismo que convive por igual con Maduro y con Trump, cuya única promesa, como dijo el expresidente Zedillo, es lograr que el “maná caiga del cielo” y “culpar siempre a los otros” cuando surgen los problemas. A diferencia de los populistas genuinamente socialistas, López Obrador ha minimizado el gasto público, controlando así la deuda soberana. Sin embargo, esto lo ha logrado recortando gastos críticos en salud, educación y protección social durante la pandemia, dejando abundantes recursos para derrochar en industrias estatales ineficientes y obras públicas faraónicas para las regiones donde es más popular.
Si en los años 90 México pudo acabar con la dictadura perfecta y transformarla en una democracia competitiva, hoy debe protegerse del populismo perfecto que promete acabar con el enorme progreso que se ha logrado desde entonces.