Con relación al tsunami de la globalización -con epicentro detectado en el Mar de la China- los malecones de la regularización laboral están cediendo para permitir la formación de grietas de desregulación, mimetización, pauperización, precarización y todos los adjetivos calificativos que se vengan en gana para describir lo que le está pasando a la institución del derecho del trabajo en un mundo de extrema competencia.
Es la dinámica de las cosas, que nos agobia sin que podamos oponer resistencia, porque sería como arar en el mar y nos toca elegir entre dos males el menor: adaptarnos para no sucumbir en un mundo ya repartido en tres grandes bloques: Norte América (con México), Europa y Asia Pacífica, quedando a la espera, por estos lares, y más allá del CAN, del Mercosur y del Alca, de la conformación de la gran Comunidad Suramericana para hacer realidad los sueños del General Bolívar y las pesadillas del afortunadamente extinto coronel Chávez.
El éxito de las entidades que ofrecen mecanismos de sustitución de lo laboral radica, precisamente, en que brindan un producto atractivo para el empresario, ahorrándole arandelas y sobrecostos. Para ser competentes en el mercado es preciso rebajar costos y entre ellos los laborales ocupan puesto de punta, en virtud de lo cual resulta explicable -más que justificable- para la clase empresarial apostarle al juego de los sustitutos ofrecidos en el mercado, no tanto por economía sino, ante todo, por puro instinto de conservación.
Sabemos que el mercado no perdona. Nuestro factor empresarial, acostumbrado a sufrir los duros embates de un sector de sindicalismo beligerante -ese que quiebra empresas- y los reiterados golpes a punta de regla T (de Tutela) propinados por la Corte Constitucional, debe ahora prepararse para contrarrestar los temibles efectos del rugiente tsunami, que se presiente primeramente por los lados de la costa pacífica.
De lo contrario, sería imposible resistir la competencia brutal de países con mayores ventajas comparativas, como Indonesia y Malasia, donde hay mano de obra “como arroz” y curiosamente muchas veces al trabajador, esposa e hijos también trabajadores, se les paga, precisamente, con un puñado de arroz para que sobrevivan, o en promedio US $ 1.7 por jornal y con eso se conforman, pues no conocen lo que es un salario mínimo -aunque sobre el papel exista, porque el papel lo puede todo- y menos saben lo que es seguridad social, y menos tampoco podríamos resistir la competencia que se viene en gigantescas mareas del tsunami nacido en la China ex comunista, ahora más capitalista que nunca. En síntesis, hay que aplicar moderadamente la palanca de la flexibilización, pues si no, la nave pierde el punto de equilibrio y se vuelca. Es pura mecánica.
Post-it. La Ministra del Trabajo tenía la idea de cotizar a pensión por horas. Pregunto: ¿los cientos de miles de trabajadores metidos en el negocio del “gota a gota” podrían cotizar a cuenta gotas?