Quienes logran destacarse en la política, como gerentes o directores de organismos oficiales; o en el arte, como actores, cantantes y músicos, entre otros oficios, por su talento y su potencialidad, además de sufrir los avatares propios del trabajo, venturas y desventuras, elogios y aplausos, también reciben agravios, y son objeto de mentiras, comentarios desobligantes e irrespetuosos, además de perder prácticamente su privacidad, situación a lo cual se le llama "el precio de la fama".
Tema de una telenovela mexicana llevada luego al cine, como también de una canción que expresa cómo los famosos deben "...aguantar las criticas...
... faltándonosles al respeto a ellos y a sus familias ...Y con el corazón roto tienen
que reír obligatoriamente pa' la foto...""...no todo es necesariamente oro cuando se es famoso", concluye.
Alcanzar el éxito, conquistar la fama y convertirse en una celebridad está reservado para los emprendedores, para gente audaz, de iniciativa, talento y muchas capacidades, quienes sobresalen principalmente por sus buenas acciones, aunque los hay tristemente célebres por sus fechorías, caso en el que más bien decimos son de mala fama.
Pero refiriéndonos a los primeros, dignos de reconocimiento, son quienes reciben las peores ofensas por el solo hecho de verlos triunfar.
Reacción propia de los envidiosos, a quienes los sicólogos le atribuyen como razón para comportarse así, a su baja autoestima y a su marcada inseguridad personal.
Y aunque se diga que "la envidia afecta más al que la padece que a quien la despierta", da igual mientras existan criticones de oficio. Personas que hacen de la ridiculización, el desprestigio y la calumnia su ocupación predilecta y hasta su modus vivendi.
Es frecuente verlos en los medios de comunicación muy bien pagos, como en la política y ni para que decirlo, en las redes sociales a través de las cuales se dice lo que se quiere y no se le sostiene a nadie.
Así mismo, es costumbre coloquial en "costureros y reuniones de amigas y amigos" y hasta en las juntas directivas.
Denigrar de los demás se ha puesto de moda, no valen los esfuerzos en favor de la comunidad sin que resulte un pero para demeritarlos.
Tanto que para ejercer la política ya no es necesario conocer de un tema, porque desde antes ya se tiene lista la forma de sabotearlo sin siquiera discutirlo.
Los debates no se centran en asuntos de interés suficientemente bien sustentados, sino que se impone la tergiversación y el desmerecimiento de la contraparte, valiéndose de denigrantes expresiones y falsas imputaciones para restarle valor a la controversia.
Rectificaciones recientes ante los altos tribunales en cumplimiento de sentencias contra quienes se han visto obligados a retractarse de sus irresponsables afirmaciones, dan cuenta de esté hecho como una realidad entre los más altas jerarcas.
"De la duda algo queda", y trae como consecuencia que se afecta el honor de las personas y provoca la desconfianza entre la opinión pública.
Desacreditan a las persona sin ninguna contemplación, incluso a sabiendas de tener que retractarse cuando el daño ya se haya hecho.
En consecuencia, al llegar a la cima no todo es sabor de miel; por el contrario, alcanzarla conlleva un precio, además de no saberse realmente quiénes son los verdaderos amigos o cuáles se acercan solo por simple conveniencia.