El mundo sigue pendiente de ellas. Hay manifestaciones de apoyo al expresidente republicano Donald Trump en Corea del Norte, en donde no hay elecciones. El gobierno comunista de Kim Jong-Un es hereditario, cesáreo, vertical, represivo y autoritario. Pero siente una natural afinidad temperamental aupada por intereses geopolíticos.
Ha ocurrido, en esta era de los Césares, otra anomalía simétrica a la anterior. Se trata de la renuncia del presidente demócrata Joe Biden a la candidatura de reelección. Es un fenómeno raro entre los políticos, o incluso entre el ego de cualquiera, saber cuándo parar.
Ese acto de coraje del anciano presidente cambió la ecuación política del imperio de un solo tajo. Su decisión tiene un valor moral más allá de la mera inmediatez.
Como el periodismo, ese género para el olvido como lo llamaba Borges, se nutre de la inmediatez, es útil resaltar en este caso que la política es la historia en obra negra.
Desde luego la oposición al gobierno de Biden no sale de su asombro. El sacrificio del poder en aras de algo que lo trascienda no estaba en sus fríos cálculos. No es, desde luego, algo que jamás hubiese hecho un ególatra engolosinado consigo mismo como punto de referencia.
Y en suma la oposición no ha logrado aún adaptarse a la novísima situación. Son como un equipo rudo de rugby con máscaras protectoras, acostumbrados a insultar al contrincante antes de atacarlos. Pero de pronto el árbitro les informa que en adelante serán un equipo de esgrima.
Y la duelista además de ser mujer, es más joven que ellos. De repeso no es aria sino morena, hija de emigrantes de ascendencia jamaiquina e hindú, brillante abogada de la clase media, fiscal, frente a un candidato sentenciado en 34 casos de felonía. Procesado por agresión a varias mujeres que lo han demandado.
Y él despistado, acusa a Kamala Harris de odiar a los judíos, cuando ella está felizmente casada con un judío practicante.
Además, ella representa al movimiento de equidad de género resurgido desde la década de los años sesenta en Occidente. Su aporte político decisivo es de alegría.
El debate entre los dos va a ser a otro precio, ahora el candidato más anciano de la historia de ese país es él, tiene rabo de paja, y se enfrenta con una fiscal avezada, fresca y sonriente.
En el caso de Trump la sonrisa es esquiva, no tiene el menor sentido del humor, sí mucha furia no del todo contenida por un ego de sal.
Ahora, a partir de la histórica renuncia política de Biden, les recomendaría a los lectores que le miren bien el rostro a Trump, sobre todo el hemisferio izquierdo. Tiene un dejo de miedo, de ira, de fatiga. Como si no creyese ya más en sus propias palabras. Es casi una máscara de cansado ingenio, cuyas dotes de hechizar se hubiesen desgastado por la repetición. O como diría Seneca en otro imperio: toda necedad sufre el cansancio de sí misma.