Las jornadas electorales que viven nuestros países, hoy en Colombia y dentro de algunos días en Costa Rica, México y Venezuela, se desarrollan en medio de la polarización, la desinformación y la posverdad, que sirven de marco para que los intereses personales de algunos pocos quieran primar –nuevamente- sobre los nacionales. Basta con estar conectado a una red social para sentirlo. También hay, en honor a la verdad, personas que realmente quieren hacer un servicio público que honre la confianza de sus electores y responda armónicamente a las funciones para las cuales serán elegidas. Hay de todo, pues en la humanidad y la vida reina la diversidad, así muchos quieran negarlo.
Cada quien, desde su propia subjetividad, tiene claridades, confusiones -o las dos- con relación a las decisiones que tome frente al derecho y al deber de votar. La clave radica, a mi modo de ver, en cuál es el lugar desde donde se decide. Como siempre están quienes pescan en río revuelto, las condiciones de vulnerabilidad que cada quien tenga a la hora de hacer su elección resultan de suma importancia. Todo depende de la frecuencia en la que estemos vibrando, pues en los multiversos nada escapa a la relación onda-partícula. Las emociones de los seres humanos vibran en determinada longitud de onda y terminan materializándose en lo concreto. Eso ocurrirá, sin duda, con la respuesta que demos en las elecciones: nuestras sentipensamientos se transformarán en decisiones generadoras de realidad.
Cuando vibramos en la frecuencia del miedo somos fácilmente manipulables, por más que poseamos inteligencia cognitiva y capacidad analítica. El temor nos arrinconará y buscaremos con prisa y desesperación la salida más visible, aunque nos lleve directamente al despeñadero. Si vibramos en la frecuencia de la rabia y el resentimiento, nuestra racionalidad se nublará y decidiremos desde la ceguera más obstinada. Los estrategas políticos conocen nuestras emociones más que nosotros mismos, si seguimos aletargados en el miedo y la rabia. La salida no es hacia los lados del espectro político, sino hacia arriba, hacia la consciencia. Es cuestión de conectarnos con el amor como fuerza creadora, como energía de transformación. De despertarnos.
Si en vez de decidir a partir nuestras emociones, fruto de nuestras pasiones dominantes, lo hacemos basados en el amor -una fuerza más que una emoción, un estado superior del ser- evitaremos traicionarnos a nosotros mismos y ganaremos márgenes de libertad que nos permitirán ampliar la mirada y actuar más asertivamente. El amor está en otra frecuencia, es otra vibración, alta y poderosa. Es muy probable que al final de cada escrutinio estemos diciendo que quedaron los mismos con las mismas. Seamos realistas: sí, hacer masa crítica desde arriba, en conexión con el poder del amor no es tarea sencilla; es preciso iniciarla, continuarla y fortalecerla, sin apego al resultado y a pesar de los resultados. Aunque nos falte mucho para ello, elijamos la consciencia para vibrar en esa frecuencia del amor y así materializar otras realidades en las cuales, sin polarizaciones, reconozcamos que somos uno y construyamos para todos.