“Empatizar con la gente es más difícil si has estado en su lugar”, afirman Mary Hunter McDonell (Wharton School of the University of Pennsylvania) más Rachel Ruttan y Loran Norgren (de Kellogg School of Management) en un libro titulado “Empatía” que fue publicado por Harvard Business Review. “La gente que ha pasado por una experiencia difícil tiene mayor tendencia a penalizar a quienes están tratando de lidiar con una situación similar a la que ellos han vivido”.
En esto pienso mientras leo las notas pérfidas llenas de inquina, aversión, animadversión, tirria, antipatía, ojeriza, animosidad, odio y rabia contra Francia Márquez, vicepresidenta de la república, porque para poder tener cada propia le pide un préstamo al Fondo Nacional del Ahorro, como lo tiene que hacer cualquier miembro esforzado de la clase media de este país en el que el 40% de los hogares son arrendatarios pertenecientes, además, a los estratos 1, 2 y 3, según Forbes.
“¿Qué de malo tiene que esté solicitando un crédito hipotecario que me permita acceder a una vivienda segura para mi familia?” se pregunta con sobrada razón la vicepresidenta ante los nuevos ataques en su contra, desde la brecha de la empatía, un fenómeno que padecen los periodistas dedicados a escribir pavadas para incrementar eso que ahora llaman tráfico en vez de hacer verdadero periodismo como pedía Ryszard Kapuściński quien siempre consideró que el periodista es un historiador que debe “investigar, explorar”.
Es que “el buen y el mal periodismo se diferencian fácilmente: en el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tenemos también la explicación de por qué ha sucedido; en el mal periodismo, en cambio, encontramos sólo la descripción, sin ninguna conexión o referencia al contexto histórico”. “Los periodistas se han vuelto hombres que no piensan”, le dijo a Juan Pablo Toro, de El Mercurio de Valparaíso en una de sus últimas entrevistas. Razón tenía.
Hay rabia en los medios y en las redes no contra las propuestas de este gobierno, sino contra las personas que nos gobiernan. Contra Petro y contra Francia; y con más veras contra ella porque este país donde solo hay un 32% de personas que nos podemos denominar blancas, el racismo es aterrador; de nada valió que la Constitución de 1991 nos definiera como un país pluriétnico y multicultural.
En vez de celebrar que por fin en el alto gobierno hay alguien como la mayoría, se extraña el elitismo que han esgrimido otros huéspedes de presidencia y vicepresidencia. Este país está tan enfermo que los más racistas son ese 47.8% de colombianos que son mestizos y los más poco empáticos son precisamente quienes tienen que trabajar de sol a sol.
Pienso entonces en Marco Fidel Suárez, presidente de 1918 a 1921, cuyo patrimonio personal no le alcanzaba para traer los restos de su hijo y por ello tuvo que vender su sueldo de seis meses al Banco Mercantil Americano, explicándolo como la venta de un valor futuro: “como las cosechas pendientes o los valores que están en el porvenir”, para lograr la urgente liquidez y darle una tumba en Colombia a su hijo Gabriel.
“No tener con qué” le costó la presidencia. Pero me temo que a él le cobraron ser bastardo, hijo de lavandera y con piel oscura. Colombia sigue siendo feudal.