Las movilizaciones ciudadanas del 6 de marzo marcaron el inicio de la campaña electoral que culminará en la elección del nuevo presidente de Colombia en el 2026. El desencanto con las ejecutorias de Petro y sus alfiles es hoy mayoritario entre los colombianos.
En año y medio de gestión ninguno de sus propósitos de cambio se ha materializado. Por el contrario, desde la pasada campaña presidencial afloraron el uso de conductas y procedimientos iguales o peores a los que se le endilgaban a gobiernos anteriores, y la promesa de acuerdos nacionales se vio marchita al ritmo de la imposición de una gobernanza errática, inspirada en el espíritu adánico de la desconstrucción creativa que infunde a los adalides de la izquierda contemporánea.
Sus resultados no se hicieron esperar en todos los ámbitos de la vida de los colombianos. Los índices económicos declinan sin cesar, la confianza inversionista desvanece raudamente, la inseguridad campea en todo el territorio y en todas las urbes por la ilusión de una paz total que ha empoderado, multiplicado y beneficiado a las organizaciones criminales de todo pelambre y desatado la incertidumbre creciente que alienta la fuga de capitales y de amplios sectores ciudadanos hacia tierras más propicias a sus sueños y expectativas.
Todo ese entramado, sin embargo, parece hacer parte de los designios del gobernante. El decaimiento institucional siempre se traduce en el fortalecimiento del poder ejecutivo y en la violación de las garantías y equilibrios que las constituciones de los estados democráticos procuran para garantizar su protección y vigencia. Ello explica el intento de cooptar el poder judicial y de comprar conciencias en el poder legislativo, al costo que fuere necesario y con la prontitud que su pérdida de confiabilidad exige.
Los proyectos de reforma a la salud, laboral y pensional obedecen al propósito de estatizar todas las prestaciones a los ciudadanos que los hagan tributarios de sus mandatos y víctimas de las incapacidades y fundamentaciones ideológicas de los gobiernos que pretenden eternizarse. Así lo entiende Petro, como lo demuestra el acceso a todas las agencias del gobierno de activistas sin otro horizonte que el de satisfacer su decálogo doctrinario. Opta por atrincherarse buscando suplir la soledad que presiente.
Las marchas del 6 de marzo demostraron que el gobierno perdió el poder de la calle que ejercía con violencia e intimidación. La presencia ciudadana y el listado de sus inconformidades fueron tan amplios y variados como son sus angustias, temores y esperanzas. Constituye la expresión del anhelo de cambio que circula por todo el orbe en la antesala accidentada de las transformaciones que exigen las nuevas realidades sociales y tecnológicas susceptibles de modificar sustancialmente, para bien o para mal, la arquitectura de las instituciones y las relaciones entre naciones y civilizaciones. Las reacciones del presidente y sus activistas confirman su militancia en credos y dogmas fracasados en tiempos desgraciadamente por muchos olvidados.
Ha empezado la batalla por el cambio que exige elaboraciones conceptuales que permitan construir nuevos horizontes y que deben alcanzarse con creatividad que solo se expresa en ámbitos de libertad. Es una tarea descomunal para adelantar durante el tiempo que le resta a este decaído gobierno. Exigirá inteligencia, generosidad, paciencia y unidad para lograrla.