Señor Poncio Pilato, el título de juez no representa un privilegio. Entraña una grave responsabilidad. Y a vos os corresponde juzgar hoy a un Hombre que nadie ha acusado. La ley exige varios requisitos para poder procesar a un reo. En este caso singular se han violado todas las normas que rigen en Roma y en Judea. A Cristo se le ha conducido, no por ofendidos, sino por representantes de la autoridad política, ante un Tribunal, el Sanedrín, el cual se ha reunido de noche, lo que rechaza el precepto de obligatorio cumplimiento. Los códigos no permiten que se hagan juicios, los viernes, ni los sábados.
Como nadie atribuye delito alguno a Cristo, se han comprado testigos y por pensarlos precipitadamente, se han contradicho en forma irritante. Los testimonios incitan al desprecio, pero no a la credibilidad. Sólo el testigo veraz, moralmente insospechable, puede considerarse como los ojos y los oídos de la justicia. Cada hecho, según la ley vigente, debe ser demostrado con fuerza de evidencia, por dos testigos. Y aquí, nada de eso ocurre.
Como ha fracasado la acusación de que el Maestro es un blasfemo, se ha argumentado políticamente, que es un sedicioso. Pero Cristo no ha predicado el desconocimiento de la autoridad civil, ni ha incitado a la multitud a la resistencia violenta. Por el contrario, hizo el milagro de devolverle la oreja al centurión herido que lo capturó; cuando fue abofeteado en una mejilla, colocó la otra y con indecible mansedumbre expresó: “Los mansos de corazón estarán a la diestra de Dios Padre”.
Ni blasfemia, ni sedición se ha podido demostrar. ¿Es justo este proceso? ¿Hay aquí esperanza? ¿Por qué tanta saña con el bueno y con el santo? La autoridad, Sr. Procurador Poncio Pilato se ha constituido para proteger en forma eficaz y efectiva al inocente.
Acudo, Sr. Procurador Poncio Pilato, a vuestra conciencia. ¡De qué sirve, que tengáis la convicción infinita de que Cristo es inocente, si no se promueve la fuerza pública para que lo ampare y defienda! ¿Por qué entregáis al más indefenso de los hombres, a la garra rapaz de los alguaciles?
Sr. Poncio Pilato: “La posteridad revisará implacablemente este juicio. La historia será un nuevo tribunal que fallará en última instancia, de una manera inexorable”, decía un pensador.
Hay Sr. Procurador Poncio Pilato, un sentimiento profundo y natural de justicia, en todo hombre, el cual no es sino la aplicación lógica de otro principio natural también y que reza así; no hagas a otro lo que no quieres para ti. En el respeto al inocente inerme reposa la tranquilidad y el orden.
El impulso de ser justo salta en el magistrado, por encima de cualquier sentimiento y consideración.
El juez que no cumple dignamente con su deber es dominado por una angustia semejante a la del ave sin alas o al pez que salta desesperado en la arena. Sabeis, allá en lo hondo de vuestro corazón, que Jesús es un varón santo, justo, un predicador de ideas puras y de un carácter bello y armonioso.
Sr. Poncio Pilato, ¿sabéis lo que es la conciencia? Si lo sabéis, doy gracias al cielo porque este acusado está a salvo. Sr. Procurador, llegó vuestra hora suprema; la hora de ejercer todo vuestro poder, con honestidad y responsabilidad. Que se haga justicia, aunque se acabe el mundo.