La cara pálida y descompuesta del actor de reparto llamado Gustavo Bolívar, en pleno estreno del “Halloween Electoral”, lo dijo todo: “la suerte está echada”. Él, con su cacique mayor, Petro, han quedado recluidos en el pabellón de los políticos quemados y mientras pasan la convalecencia, como atenuante, les han informado que los están tratando de contactar unos “abogados del diablo” de la Doctrina de la Fe procedentes del Vaticano para constatar el hecho histórico de ellos haber sido artífices -entrambos- de algo que, probablemente, los llevaría a los altares, luego de certificar el milagro de “convertir” en un año, en sólo Bogotá, a 1.682.406 almas a ellos devotas que, viendo en el Cacique a su más perfecto ídolo de barro y a Bolívar la efigie acabada del indio del paquete de cigarrillos Pielroja, les juraron amor eterno por hallar, en el uno, al mesías prometido, amo y señor del pacto por la vida y, en el otro, al más amado de sus apóstoles.
Con el transcurrir del primer año del “mandato descaro”, los votantes por Petro salieron despavoridos, artistas, actores, presentadores y locutores de radio y TV, escritores, caricaturistas (del corte de Matador, Vladdo, Alfìn, Palosa) quienes se han vuelto sus fieros críticos y no pueden disimular su frustración porque pensaron que Petro era “El Salvador” y resultó ser todo lo contrario: el desbaratador del país, el príncipe de las tinieblas, el pájaro loco y despelucado del mal agüero, a quien seguramente le concederán el título “Horroris Causa” de la Universidad de “Ah Vaina”, por haber sepultado la izquierda en víspera del día de los muertos y les tocará rumiar sus desdichas por los siglos y los siglos, cuando vean que la centro-derecha se afianza en el poder, le tocará deshacer los entuertos y recomponer los estragos del “cambio”, empezando por las reformas laboral, pensional, y la más insalubre y dolorosa de todas: la de la salud.
El hombre de la cajetilla -no Marlboro, sino Pielroja- pretendía ser el alcalde de Bogotá D.C. (Distrito Criminal) y por ello renunció al Congreso de la República para poder tranquilamente patrocinar y dotar de gafas oscuras y cascos negros a sus “extras” contratados para hacer del papel de la primera línea con lujo de detalles; luego, con la “rebajona” en las taquillas, era presumible que iría a disputar la segunda parte de la serie contra el verdadero Galán, y al final de la película quedó de tercero, superado aún por un inédito personaje antagónico, personaje de fábula, con más carisma que “baratisma”, quien se escapó de un enredado libreto en forma de formulario de estadísticas oficiales, se acostó bueno y sano y amaneció todo despelucado, empuñando pancartas inclusivas del colectivo LGTBI, desplumando a su vez al mechudo Bolívar y, si se descuidan, en cuatro años habrá de convertirse en el nuevo galán diverso de la política capitalina, como para replicar, en modo convexo, el libreto inacabado de “Yo, Claudia”.
Post-it. El señor Netanyahu sin dejar, jamás, de atisbar sus objetivos militares y sin dejar de afinar la puntería, debería frenar la máquina de guerra para dar un respiro a la población civil de Gaza, que por lo general nada tiene que ver en esta película de terror. Y entender que a los inocentes no les toca, como a los mártires terroristas, 72 vírgenes para cada uno.