Cuando un problema es estructural o de fondo, cualquier solución coyuntural o superficial, termina por ser insuficiente. Claro que la agudización de ciertas necesidades, exigen remedios urgentes para evitar los temidos “estallidos sociales”, tan de moda en esta época.
La sociología aconseja mirar serenamente los conflictos humanos y analizarlos y afrontarlos con un sentido integral. En este campo se hacen dos distinciones radicales. Lo urgente y lo perdurable.
La idiosincrasia del habitante de La Guajira, es opuesta a la manera de ser el ciudadano de Buenaventura. Claro que algunos elementos y componentes son muy semejantes. El 80% de la población colombiana es pobre, inadecuadamente capacitada para remediar sus males, insolidaria, prevalece el “sálvese el que pueda”, se vive en divorcio con el gobierno, nadie planifica, ni proyecta, ni aporta recursos para superar tragedia. Excepcionalmente se arbitran medios financieros para salir del abismo en que una emergencia coloca a una comunidad. Pero después del fugaz desfase, se sigue en la rutina del abandono, la desidia y el estancamiento.
El caso de La Guajira es el mismo inconveniente dramático del 80% de los municipios colombianos del Chocó, Costa Pacífica y ambientes de los antiguos “Llanos orientales”.
Un error en el caso de La Guajira es culpar a los otros de las carencias esenciales de los guajiros. Claro que en la tragedia concurren complejos ingredientes en que en parte se puede involucrar a los extraños. Pero presupuestalmente, la Constitución y la Ley ha dotado a la Guajira de fuerza económica aceptable para lo fundamental. Por desventura han sido pésimamente administrados. La índole y la psicología del guajiro tiene que ver con su desnutrición, su desempleo, su miseria y su exclusión.
Hablemos de los aborígenes. Claro que difieren los caribeños de los andinos. Pero todos los aborígenes, entre ellos mismos se discriminan. El aborigen colombiano es suave y cortés. Le inspira respeto al extraño buen vestido y bien presentad. Le dice mi patrón o patroncito. Es sumiso, hace venias. El aborigen es desconsiderado con su propia mujer. En viaje él carga las flechas o escopeta y la mujer carga el niño en el vientre o en las espaldas. Al final de la jornada la esposa enciende el fuego y asa la yuca y la mazorca y el marido duerme plácidamente en la hamaca o en el suelo. El aborigen es duro, cruel, desconfiado, rencoroso, vengativo. Surdido, pasa días con la chicha como si nada. Su piel condensa polvo y mugre. Antes de la conquista española lo oprimía el cacique autoritario y exigente. Luego el encomendero. Hoy la República lo mal acostumbró a darle o dinero o soluciones fugaces a sus emergencias. Nunca hemos impuesto una educación redentora y salvadora. Es mala política “dar todo regalado”. Cuando el muerto tiene quien lo cargue, “pesa más”.
Así somos en Colombia, todo es superficial. Y no solo es el caso del indígena. Miremos. El paisa la quiere ganar toda en un buen negocio. Si la transacción deja al otro en la ruina, para eso está el “todo vale” o “usted no sabe quién soy yo”. El costeño quiere hacer de su vida parranda y fiesta. El santafereño engorda su pereza en altos cargos de distinción y mando, repite, yo nací para mandar, que me compre el que necesita un jefe. El nariñense simula humildad y es toda la astucia y perversidad del mundo. El santandereano tiende que todo se arregla gritando con dominio al interlocutor. El llanero espera que el ganado engorde y así alienta su molicie. En cambio, los supercivilizados como los anglosajones, los alemanes y otras razas practicaran el aforismo de que “El entrenamiento debe ser tan fuerte que el trabajo sea un descanso”.