Macron se reengancha en el Elíseo por cinco años más con la mayor tasa de abstención registrada en el último medio siglo (28,8 %). La ultraderechista Le Pen obtiene su mejor resultado. Y los analistas se recrean en el mal menor como lo mejor que podía pasarle a Francia y la UE.
Todo eso estaba previsto. También se confirma la apasionada aproximación española al acontecimiento. Durante estas últimas semanas hemos vivido las presidenciales de Francia como un asunto de política interior. Solo hay que echar un vistazo a nuestros medios de comunicación.
Se entiende, pero necesita de matices. Desde la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, España se ha buscado a sí misma en los sucesos políticos y sociales del país vecino, aunque no todo se presta al paralelismo argumental.
Por ejemplo, desafección institucional y desconfianza en la clase política como caldos de cultivo en la aparición de los extremismos (Podemos y Vox pueden equipararse a los de Melenchón y Le Pen). La diferencia está en que, a diferencia de lo ocurrido en Francia, aquí ese fenómeno no ha sido capaz de acabar con los partidos tradicionales. En España, PSOE y PP gozan de una buena salud de hierro, mientras que allí los equivalentes republicanos y socialistas han pasado a mejor vida.
Lo que se está viendo en Francia es que el malestar de la ciudadanía, que ha perdido la confianza en las clases dirigentes como solucionadoras de sus problemas cotidianos (las cosas de comer, por decirlo pronto, que es lo que en España se está trabajando el nuevo líder del PP, Núñez Feijó) no tiene color político. De modo que el malestar emitirá votos intercambiables hacia la derecha (Le Pen) o hacia la izquierda (Melenchon), pero no por las viejas motivaciones ideológicas.
Por lo demás, los catorce puntos de ventaja que Macron ha obtenido frente a Marine Le Pen es agua de mayo para la causa del orden internacional establecido después de la segunda guerra mundial (potencia nuclear integrada en la OTAN y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU) y, muy especialmente, para la causa especifica de la Unión Europea, que se considera amenazada por el radicalismo populista de una señora que pregona la "Europa de las naciones" frente a la Europa unida que representa la UE.
Este último motivo de satisfacción por el triunfo de Macron también cunde en España, tan necesitada como está del arropamiento europeo en la superación de sus problemas económicos. Para los españoles hubiera sido una mala noticia una Francia confiscada por la "prioridad nacional" que Le Pen quiere proponer en referéndum a los franceses, a imagen y semejanza del trumpista "America, first". Y además hubiera disparado la cotización electoral de Vox, cosa que no nos hace ninguna falta.