Los Juegos Olímpicos de Rio nos trajeron un cúmulo de entretención y una avalancha de emociones. Fueron jornadas trepidantes. Nos dieron un escape perfecto a los embates de la política, la corrupción, las arbitrariedades, mentiras, amenazas y odio que se ventilan por estos días, anteriores a al plebiscito que aceptará o negará lo pactado en la Habana entre el gobierno de Colombia y los terroristas de las Farc.
Nuestros deportistas obtuvieron 8 medallas: 3 de oro, 2 de plata y 3 de bronce. ¡Esto si es dicha! Estas excelentes noticias, son muy escasas por estos días en Colombia.
La primera de oro, la del pesista Oscar Figueroa, fue impactante. Ver a este hombrazo llorar de alegría, después de levantar 318 kilos, en tres esfuerzos, fue conmovedor. A la sazón, vino el segundo oro; el triunfo de Caterina Ibargüen, quien nunca deja de deslumbrarnos con su personalidad y constancia. Luego, casi al final de los juegos, Mariana Pajón nos dio la tercera de oro en ciclismo BMX y, con su acostumbrado optimismo, nos prometió repetir su hazaña una tercera vez en Tokio.
No fueron menos importantes los triunfos de Yuri Alvear, en judo, Yurberjén Martínez e Ingrit Valencia, en boxeo, y los de Carlos Ramírez, en BMX y Luis Mosquera en pesas.
En Latinoamérica, Colombia fue superada en medallas solo por Brasil y Cuba. Obteniendo una posición que jamás había logrado antes.
Brasil, a pesar de todas las dudas que existían sobre qué tan preparado estaba para ser anfitrión de estos Olímpicos, se lució. La organización, las ceremonias de apertura y clausura y el ambiente en general fueron excelentes. La alegría, música y colores, de este hermoso país, iluminaron todo momento. ¡Felicitaciones!
La excelencia de los atletas nunca deja de deslumbrarnos. Como siempre, las grandes potencias se llevaron la mayoría de las medallas. Sus atletas merecen, naturalmente, un fuerte aplauso. En especial algunos como los norteamericanos Michael Phelps, quien rompió todos los records al completar 23 medallas de oro en su carrera olímpica, y la inigualable gimnasta, Simone Biles.
Sin embargo, ver ganar atletas de pequeños países como el corredor Usain Bolt, de Jamaica, fue quizá más emociónate, pues es claro que la tenacidad que se requiere para entrenar y lograr un triunfo en estos países es una batalla de titanes.
Es gratificante ver como en cada Olimpiada son más los atletas de países pequeños, de limitados recursos, que acceden al podio y arrebatar medallas a los más poderosos. Esto es muy hermoso pues abre el camino del triunfo a jóvenes de lugares casi desconocidos. Es un triunfo muy visible y significativo, que llena de orgullo a sus recónditas aldeas y pueblos.
Hoy son muchos los jóvenes kenianos o jamaiquinos, que desean seguir los pasos de sus compatriotas triunfadores. Igual sucede con miles de niñas y niños colombianos que se entrenan en múltiples disciplinas para emular a sus héroes olímpicos.
El deporte es una gran alternativa para muchos jóvenes. Les da disciplina, responsabilidad, resistencia, propósito y metas fijas. Pero sobretodo, los aparta de peligros, como la droga. Es por eso que los Olímpicos y otras competencias se justifican ampliamente.