Al viajar por algunas regiones con motivo de los festejos de fines y comienzos de año, apreciamos con tristeza todos los dramáticos estragos del invierno. Las desnudas vertientes de nuestras montañas, antes bosques verdes, fértiles y atractivos, con frecuencia el invierno torrencial los torna grises e improductivos a los lados del río Magdalena.
Las lluvias caudalosas hacen daños en las laderas desprotegidas y con muy escasa cobertura en materia de árboles, plantas y otros elementos protectores.
Recordando estadísticas y revisando estudios, se puede decir que los bosques de las vertientes andinas, especialmente en algunas zonas vulnerables, han sido en su inmensa mayoría talados. Infortunadamente la destrucción de bosques no se ha detenido y la deforestación no está suficientemente controlada. Cada año la prensa cuenta los gigantescos daños que se originan con las inundaciones de poblaciones, cultivos y sectores ganaderos.
Según los últimos cálculos realizados, sobre la cantidad de sedimentos que arrastra el río Magdalena, que descarga anualmente al mar 160 millones de metros cúbicos, cifra que irá en aumento y revela la magnitud de los procesos devastadores y sus características, auténtica tragedia nacional.
El creciente poder arrasador de las inundaciones significa que los suelos de las vertientes ya no tienen el agua que las tierras altas, al perder sus capas vegetales, perdieron también su capacidad de infiltrar y almacenar el agua lluvia. Ello significa que los bosques protectores han muerto, que la erosión y el desierto se extienden amenazadores sobre la vasta geografía nacional.
Es alarmante señalar, según las estadísticas, que cada año derribamos en el país más de medio millón de hectáreas de bosques, sin detenernos a pensar en la magnitud de las consecuencias que esta labor produce, y que solamente reforestamos, cinco mil hectáreas cada año; la desproporción entre éstas dos cifras, nos indica la gravedad de la situación forestal.
No podemos seguir destruyendo las reservas forestales de la nación, pues con este proceder desquiciaremos el régimen climático y alteraremos el ciclo hidrológico de nuestros ríos, dando paso a extremos de sequía absoluta y de lluvia incontrolable.
Lo expuesto conduce a mil problemas. La insuficiencia de aguas en verano para los acueductos de los municipios, se descontrola la irrigación de los campos. Las plantas de energía eléctrica no pueden funcionar, es decir se puede llegar, como ya ha ocurrido a una paralización de la economía, en sectores vitales de Colombia.