Evocación de Rafael Núñez | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Septiembre de 2024

Al fallecer el presidente de la República Rafael Núñez en Cartagena el 18 de septiembre de 1894, la consternación estremece a los colombianos, se escriben numerosos artículos de prensa y ensayos históricos sobre su vida y su obra, no solamente en Colombia, sino en Hispanoamérica y el exterior, la mayoría a su favor. Por su extraordinaria carrera política y fecunda obra  de  gobierno, las gentes entendieron que por sus hechos, inteligencia superior y prestigio, siempre en lucha permanente con un medio hostil, en un  país sumido en la violencia, las frecuentes guerra civiles, el fanatismo y al borde de la disolución por cuenta del federalismo extremo y la debilidad del Estado, como del feroz anticlericalismo, consagrar gran parte de su vida y talento a restablecer el orden, rescatar la autoridad y civilizar un medio dado a encarar la política de manera extrema e incendiaria, había sido una tarea titánica.

Su gesta política a favor de crear un Estado fuerte, donde antes reinaban los caciques del radicalismo que entraron desde 1863 a controlar los estados federales y mantenían casi en la impotencia al gobierno nacional, es aún más trascendental en cuanto si hubiese sido un político del montón, quizá habría preferido plegarse a los exaltados y no intentar restablecer el orden y el imperio de la ley en el país. Al contrario, inconforme con el desorden jurídico-político de 1863, prefiere irse del país a la espera de tiempos mejores, desde donde hace la crítica de la política nativa. En tanto los jefes radicales, varios de ellos amigos suyos, le cierran el paso a una candidatura presidencial exitosa.

Cuando otea el fracaso del engendro radical, sigue con sus críticas y después emprende el camino de forjar su propio partido político, buscar el entendimiento y acercar a liberales y conservadores en defensa del bien común y de hacer viable la regeneración de la política. Así que proclama su famosa consigna: regeneración o catástrofe. Al principio ni unos ni otros lo entendieron, había en el ambiente la creencia fatal de que el hombre público no podía cambiar de ideas, así nos empobreciéramos con el libre cambio y el país rodase por el abismo trágico del caos y la pobreza, se debía seguir con el modelo federal rionegrino hasta morir.

Marco Fidel Suárez, en ocasión del deceso del insigne estadista, escribe una página memorable sobre su periplo político que cobra vigencia en este aniversario.

Dice Suarez: “Sin hipérbole alguna puede contarse al presidente Núñez entre los grandes hombres a causa de sus cualidades, y entre los primeros políticos porque fue creador, hombre de Estado, publicista, filósofo y poeta, perteneció al reducido grupo de aquellos a quienes la naturaleza comunica múltiples y poderosas dotes para que realicen grandes cosas. Su estrella resplandece mucho tiempo en nuestro cielo, y en su último día brillaba aún sobre el horizonte señalando nuevos cambios. No cayó, ni decayó; adalid de una gran causa luchó con denuedo y fue coronado por la fortuna, sin que al morir hubiese presenciado la ruina de su obra, ni experimentado el baldón de la caída o la impotencia de la decrepitud”.

Anota lo que la historia corrobora: “El partido al que había pertenecido, se hallaba en el poder después de muchos años, y desgraciadamente su obra no era satisfactoria, por haber cometido el gravísimo error de convertirse en especie de secta especulativa, cuyos principales errores fueron la desorganización de la nación a causa de un federalismo monstruoso, la violación de los derechos civiles y políticos, en virtud de las más exageradas libertades, y el establecimiento de las guerras religiosas de otro tiempo en una sociedad del siglo XIX. El país digno de mejor suerte, por su índole y por las condiciones físicas del territorio, permaneció, sin embargo, en vergonzoso atraso, dando al mundo un continuo espectáculo en que alternaban las polémicas con las batallas”.

Núñez, político, periodista, poeta y soñador, se destaca por conocer a fondo la historia, la filosofía del derecho y la economía teórica y práctica, así como la política internacional, temas en los que era un maestro. Además, conocía el país que pretendía transformar, con tal suma de condiciones personales excepcionales consagra con Carlos Holguín y Miguel Antonio Caro, un orden de cosas civilizado que prevalece por más de un siglo y del que en medio de la violencia algo sobrevive a partir de 1991.