La vida es un permanente sumatorio de latidos armónicos, que requieren de un hermanamiento inagotable; de ahí, la necesidad de conjugar la amistad entre los pueblos y de activar los vínculos de la concordia entre sí. La rivalidad no tiene sentido, como tampoco lo tiene la desunión, el individualismo y la indiferencia, que genera aislamiento y mil formas excluyentes. La realidad es la que es y nos llama a cohabitar auténticamente. En este sentido, estoy severamente impactado por la migración. Hoy son ellos, pero mañana podríamos ser cualquiera de nosotros.
Es público y notorio que nos necesitamos mutuamente unos a otros para complementarnos y generar sueños conjuntos. Hagámonos los itinerarios más fáciles, rompiendo el silencio de la soledad y compartiendo las propias lágrimas del camino. Optemos por la vía de lo auténtico, elijamos el abrazo continuo y reconstruyamos entre todos el camino de la verdad, que es el que nos dona un vivir que nos ensancha el corazón y nos ilumina el alma. Con razón suele decirse, que el secreto de la presencia por la tierra no consiste únicamente en vivir, sino en saber para qué se vive y cómo debe hacerse.
Estamos llamados, por consiguiente, a entendernos. Precisamente, son las relaciones humanas las que nos permiten avanzar en los proyectos, para crear un mundo mejor para todos. En este sentido, nos alegra que, en casi todos los discursos públicos, a nivel de naciones o de organismos mundiales, se hable continuamente de acercar posturas, de buscar soluciones razonables a los conflictos, de acuerdo con la justicia. Al fin y al cabo, todos estamos llamados a cohabitar en la paz, a sentirnos ciudadanos libres, justos y fraternos. Sin embargo, para desgracia de todos, la Oficina de Derechos Humanos acaba de revelar en un informe como miles de personas son coaccionadas para trabajar en operaciones de estafa en línea y se enfrentan a graves violaciones y abusos, mientras despojan a otros de sus ahorros o los endeudan.
Esto no es vida. Tampoco podemos permitir que se nos corten las alas y se nos mutile mar adentro, hasta nuestra propia conciencia. Llenar nuestras miradas con horizontes de sosiego es la mejor manera de coexistir. Tanto es así, que el futuro de la humanidad depende de esta energía positiva, cuajada de ideas comunes y con la apuesta creativa de la escucha y del optimismo, a pesar de todo. Sin duda, el activismo es fundamental desde cada contexto y desde cada posibilidad. En ocasiones, al ser humano le parece tan insólito hallarse que no cesa de interrogarse, hasta el extremo de que las preguntas filosóficas suelen germinar por si solas.
En efecto, somos seres en movimiento que concurrimos de manera hacendosa a estar insertos en una historia armónica vivencial, bajo el paraguas del amor que nos envuelve y nos transforma sin cesar. Desde luego, precisamos de un cambio de mentalidad en este mundo global, del cual ningún país puede librarse, lo que exige cohabitar y convivir con unos Estados fuertes en el sentido de que tengan capacidad y confianza en su ciudadanía y que sean capaces de abrirse a esa universalización de vocablos y sentimientos.
Naturalmente, lo que también nos urge es destronar de nuestra visión las riadas de información falsa y la incitación al odio en las redes sociales, que lo único que generan es violencia, aparte de poner en peligro las instituciones democráticas y los derechos humanos esenciales. Por eso, es vital el discernimiento, la renovación de fibra en actitudes transparentes, la palpitación de tolerancia, junto a la conjunción de justos propósitos que irradien entusiasmo y valor. Ahora bien, puede que no merezcamos ni existir por nuestro proceder irresponsable en multitud de aconteceres, lo que nos debe hacer repensar situaciones.
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