Primero hizo época en el parlamento colombiano, Ricaurte Losada por su admirable elocuencia. Este saltó de la selva a la vereda, -nació en lo más lejano y profundo de las montañas orientales- luego dio otro salto a los barrios humildes de Bogotá y se dedicó a agitar a las clases populares y a estudiar la abogacía, logrando con sorprendente velocidad, llegar de una vez al Senado de la República.
Catedrático. Autor de 6 libros, llenó la Plaza de Bolívar tres veces. Buen orador. El pensamiento, la garganta, la acción, el gesto. Ama el amplio ruido de la muchedumbre en la plaza pública. Es realmente admirable en el ataque y en la réplica. Tiene la agilidad de los felinos. Cultiva las ideas y las teorías sociales. Es hidalgo en la controversia y siempre rechaza la lucha personal. Como político fogoso despertó aspiraciones caudalosas y también recelos, odios y envidias destructoras. En un día triste y trágico, le tocó mascar el polvo de la derrota. Solo, absolutamente solo, se ha batido y continúa luchando contra sus poderosos adversarios.
Tiene la enorme satisfacción de ser padre de uno de los parlamentarios más jóvenes, brillantes y de mejor y más sólido porvenir: se llama Juan Carlos Losada, quien luce todos los atributos indispensables para llegar a las altas cumbres, en el terreno de las ambiciones políticas. Ni un músculo, ni un nervio, que no está programado por una misión espléndida.
Si al mundo lo mueve las ideas, la entereza, el carácter y la tenacidad, este líder juvenil está sobrado de energías. Ha sabido convertir en leyes, aspiraciones, muy sentidas a favor de los animales. Convirtió en mandatos jurídicos, aquello de que, si los animales son seres sintientes, hay que protegerlos, drástica y eficazmente, con consecuencias contra quienes sádicamente los maltratan o torturan.
Pero lo anterior no es todo. Este legislador se ha preocupado, con hechos reales, no son procesos demagógicos, produciendo normas del Congreso de la República, contra los destructores de la “naturaleza”. Dice y repite con la sabiduría china, que solo “cuando se haya secado el último río, cuando derribemos el último árbol y cuando consumamos el último pescado, el ser humano comprenderá que no puede comer billetes, dólares, ni oro”
Pero Juan Carlos Losada como buen colombiano y siguiendo tal vez, las equivocadas ideas de su jefe, César Gaviria, habla y habla de las garantías a favor de los que manifiestan su enérgica protesta contra las desigualdades sociales. Y esto está bien, pero ¿por qué nada dice contra los que han reducido a llamas, cenizas y ruina el 25% de la economía de gentes también pobres, de clase media y que con sacrificios de toda una vida habían logrado unos modestos negocios, hoy convertidos en humo y desastre? Si tres millones gritan en la calle y se les defiende, ¿por qué no defiende también a los otros 40 millones de colombianos dignos de un trato defensivo?
Cualquier parlamentario sabe que su investidura, lo convierte en vocero de la nación y no de una secta, grupo o partido.
Los extremismos son iguales. Tan censurable es el fanatismo del que mata a un rey, como el fanatismo del que muere defendiendo al monarca. Unos y otros extremismos en el poder le señalan a sus adversarios uno de estos sitios: cárcel, destierro o cementerio. Y también afirman: “Todo dentro del sistema, todo para el sistema y nada fuera del sistema”.