En octubre hemos destacado su dedicación en la Iglesia Católica a ser el “Mes de las Misiones”, y ser motor de la máxima “Gran Misión” de siglos y siglos, de llevar a los humanos a su máximo bien como es su eterna salvación. Pero, como gran instrumento para esa trascendental felicidad, se nos invita en este mes a acercarnos a indeficiente faro de luz que ilumine el camino humano, como es el máximo libro que tenemos, La Biblia, declarado, también, “Mes de la Biblia”.
Se selló el mes de septiembre con la fiesta de S. Jerónimo, a quien, como a ningún otro debe la Iglesia de Cristo el cultivo de las Sagradas Escrituras, al pasarlas a la lengua del pueblo en su época (347-420), el latín. Quedó así La Palabra de Dios, con esmerada versión que se tituló “La Vulgata”, poniendo a nivel de las gentes sencillas ese tesoro divino. En festividad que da inicio, también a ese importante mes del año.
Al acercarme a esa gran realidad de la “Biblia”, con máxima recopilación de libros, considerados por cristianos y judíos como inspirados por Dios, he pensado, también, enriquecedor, acercarme a otros destacados escritos de eminentes autores, de distintos lugares del mundo, lo cual ha sido de grande complacencia, pero que de una vez me han aparecido como pequeños lagos al lado del océano inmenso del texto bíblico.
“El Corán” de Mahoma (620), libro Sagrado de los Musulmanes; el “Romeo y Julieta” y “Hamlet” de William Shakespeare, en su original (1547 y 1623); “El Quijote” de Cervantes, de tanta pluralidad de ideas (1640); “el Paraíso perdido” de Milton (1670); “El Fausto” de Goethe (1774); “El Capital” de Karl Marx (1867); los mismos documentos de Concilios desde Jerusalén (año 49) y Nicea (328), hasta el Vaticano II (1962-1965), son valiosos aportes, pero en la dimensión señalada frente a la oceánica dimensión de la Biblia.
Como hay diferentes presentaciones del contenido de la Sagrada Biblia, recuerdo que para los cristianos católicos quedó definido en el Concilio de Trento en su Cuarta Sesión, en 1546, con libros que habían sido aceptados por la Iglesia desde los años 382 en la época de S. Dámaso, nacido en la Península Ibérica. Continúan discusiones sobre libros “Apócrifos”, pero la Iglesia Católica sostiene, con firmes argumentos, lo definido en Trento. Según esta definición son libros inspirados 45 al Antiguo Testamento y 27 del Nuevo. Allí entra el Pentateuco atribuido a Moisés, 16 históricos, 8 poéticos o sapienciales y 16 proféticos que son los de la A.T., y los 27 del N.T.
De suma importancia el conocimiento de la Sagrada Biblia. “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, decía S. Jerónimo. Ignorar a Cristo “es ignorar los humanos el camino, la verdad y la vida”, según Él lo expresó (Jn. 14,6), es decir: avanzar sin sentido de la propia existencia…Es no tener el faro de divina luz que la ilumina.
*Obispo Emérito de Garzón
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