El pintor, escultor e intelectual de noventa y dos años, que acaba de morir con su esposa Lila de noventa y seis, en un accidente casero, fue la figura más representativa del arte peruano desde los años cincuenta del siglo XX cuando presentó primera exposición de arte abstracto. Su padre polonés, melómano culto y neurótico, jamás se separaba de la mascota, el manso oso perezoso Torcuato.
Hace dos lanzó el libro de memorias titulado “La Vida sin Dueño”. Curioso que un valioso literato, su tío, el poeta Abraham Valdelomar, autor de “Tristitia”, al caer por unas gradas de piedra en 1919 se rompiera la columna vertebral y falleciera a los treinta y un años. El artista y su mujer sufrieron traumatismo craneoencefálico en parecidas circunstancias, en las escaleras sin barandas de su casa. El lamentable hecho ha causado conmoción. Mario Vargas Llosa, el mejor amigo, le rindió sentido homenaje en reciente columna publicada profusamente.
En la biblioteca de su residencia, en 1987, se fundó el movimiento “Libertad” que impulsó la candidatura presidencial del Premio Nobel como protesta por el intento de nacionalización de la banca durante el primer gobierno de Allan García. Las maniobras del Apra y de la Izquierda debilitaron esa opción y en la segunda vuelta el triunfador, Alberto Fujimori, reclamó la victoria. Por cierto, al conocerse los resultados, relata Szyszlo, Vargas Llosa, comentó: “Ahora me toca lo más pesado, ir a felicitar a Fujimori.” Insistía en el compromiso moral con la sociedad, recalcaba que los intelectuales deben cumplir su deber, opinó sobre el quehacer político, dictó clases, escribió “Miradas Furtivas.”
El maestro deja más de tres mil obras, entre ellas el mural de 8.50 metros en la sede de la OEA en Washington que nunca cobró, durante un tiempo, cada dos años, exponía en Bogotá. Denunció abusos de poder, luchó contra la corrupción, le afectó la muerte de su hijo Lorenzo quien pereció en accidente de aviación ocurrido en 1996, uno de los dos que tuvo con la poeta Blanca Varela, la primera esposa, el otro, Vicente, sobrevive.
Szyslo había dicho: “He aprendido de las relaciones humanas, moriré y supongo que seré capaz de hacerlo en paz. Para que la vida cobre valor falta la muerte, lo opuesto a ella es el amor.” El admirador de Proust, de Neruda, de Sartre, de Camus, de Octavio Paz, de la pintura de Alejandro Obregón, su compañero de aventura, el viajero incansable, se ha ido. La mayoría de las personas cercanas lo antecedieron, la vida de uno al fin y al cabo no se explica sin la de los demás. Privilegio haberlo conocido.