FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Marzo de 2013

La elección del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, desde Pedro hasta nuestros días, no ha sido, precisamente una cuestión puramente religiosa.  Fue a partir de Nicolás II que se restringió la participación de electores en el debate, de manera que únicamente se le reconoció derecho a decidir al respecto a los cardenales, pues en alguna época incluso votaron seglares pertenecientes al poder civil e incluso se exigió para la confirmación y legitimidad el reconocimiento del emperador.

 Fue el papa Celestino V, un ermitaño, predecesor de Nicolás IV, escogido después de una crisis que demoró más de dos años la elección, quien promovió la teoría de la inspiración divina como fundamento de la escogencia del Sumo Pontífices de la Iglesia. Esta predica, en una etapa de la historia en que se necesitaba apoyar el poder de la autoridad no en la decisión del gobernado sino en un soberano sometido únicamente a la Ley de Dios, fortaleció las teorías teocráticas acerca del origen del poder. Esta tesis de la soberanía concuerda con la expuesta por Bodino;  “soberano es quien tiene el poder de decisión, de dar leyes sin recibirlas de otro, es decir, aquel que no está sujeto a leyes escritas, pero sí a la ley divina o natural”.

¿De qué inspiración hablaba Celestino V  y qué impulsó la necesidad de que el cónclave se protegiera con absoluto hermetismo a fin de evitar el contacto de los electores con influencias que pudieran distraer su voto? Sencillamente de la Inspiración Divina y que en la teoría del estado suelen llamar  Iluminismo Providencial, o asistencia del Espíritu Santo al Colegio Cardenalicio.

Si esto es así, hay que convenir que en la elección de Francisco, el jesuita Jorge Mario,  la inspiración del Espíritu Santo  fue audaz. Desde Pedro hasta hoy, la Compañía de Jesús  no había ejercido el poder papal nunca; perseguida por sus pares y por el poder político, sobrevivió  a Carlos III de España que decretó su expulsión de todos sus dominios,  incluida América; también de Portugal, de Francia y por sospechas en Estados Unidos.  John Adams,  segundo presidente de los EEUU explicó: “No me agrada la reaparición de los jesuitas. Si ha habido una corporación humana que merezca la condenación en la tierra y en el infierno es esta sociedad de Loyola.” Se le sindicó de ser los sucesores de Los Templarios.  Algunos de los más criticados defensores  de la Teología de la Liberación fueron jesuitas. Recientemente fue censurada la columna del SJ. Alfonso  Llano Escobar y retirada del “El Tiempo” por disentir de Benedicto XVI.

Reivindicar  a los jesuitas, en cabeza de un obispo suramericano, de origen italiano, entregándoles la Soberanía papal, en épocas en las cuales se pone en duda  la sumisión que compromete a esta comunidad, como a ninguna otra, con la obediencia al Vaticano y concentrar en una sola persona la autoridad del Sumo Pontífice y del Papa Negro, es una decisión de trascendencia histórica.