FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 21 de Agosto de 2013

El caballero Lukas

 

Los abuelos, generalmente, suelen ser pródigos en alabanzas al referirse a sus nietos. Es tal  su generosidad o exageración que oyéndolos hablar de su progenie  se supone que se refieren a cualquier Mozart u otro superdotado de última generación. Analizada esta proclividad anciana, antropológica, sociológica y psicológicamente hablando,  infaliblemente se  concluye  que se trata de una hipertrofia de la corteza frontal, probablemente producida por la caída del cabello y de otras extremidades atrofiadas por los años,  la falta de uso cotidiano y, por último, la ausencia de estímulo doméstico o dominical por no echar canas al aire. Por fortuna para mis entrañables amigas, todavía no se me cae el pelo, aun cuando si me sorprendo con mi nieto Nicolás: somos iguales, de la cintura para abajo.

Tiene él ahora un amigo imaginario, a pesar de sus precarios 30 meses, al que ha bautizado Lukas y pasea   por todo el apartamento dentro de una maleta de rodachinas. Entonces, el nombre de este curioso intruso, que ahora me impide compartir el hula hula con Nicolás, me hizo recordar a don Lucas Caballero Calderón, por más señas Klim, nacido hace cien años, pionero del humor en el periodismo colombiano, al lado de Federico Rivas Aldana, Fraylejón, columnista con el mismo estilo, de la época de mi padre Arturo Navas Venegas. También currinche  y humorista.

Federico y Lukas, se llevaban  diez años de diferencia: 1903 y 1913 Se les identifica porque supieron utilizar el humor como arma de combate político; de ahí que entre mis sueños de senectud, ahora cuando la luz se extingue y tengo asegurada la descendencia, conocida,  el humor de Nicolás me llena de esperanzas, quiero decir,  de ilusiones, pues de las otras solamente añoro a mi prima.

Si el hijo de mi hija y de su esposo  -de eso no me cabe duda- a las cuatro horas de nacido se estaba riendo, ello quiere decir que tendrá en su haber la llave de la felicidad: el buen sentido del humor. Su gesto me llenó de alegría y ahora me lo confirma el saber que su amigo imaginario se llama Lukas y no Álvaro. Además, su devoción por la leche Klim es otra buena seña, pues esa  inclinación por la vida Láctea  indica que será, en el futuro,  aficionado a que  sus amigas le digan bebé, pues los bebés tienen una muy placentera costumbre en su alimentación: consumen el alimento en la fuente.

Klim le prodigaba al lector dos placeres: la risa, remedio infalible contra la histeria y, dos, entender la política es su exacta dimensión: el ridículo. Enseñar con humor tiene un alcance lúdico y entretenido. Los lectores de Augusto Espinosa,  Álvaro Valencia Tovar, Rudolf Hommes, entre otros, seguramente  tienen el país en la cabeza, pero no por ello dejan de tomar  a diario juguito de uchuva, y los más conspicuos, prozac o cualquiera otro antidepresivo.